CORTO Y CONFICCIÓN

Omar Muharib

30 abril, 2005

Carta a una diosa triste

Hay una epidemia de soledad de la que nadie habla, la OMS ha centrado sus esfuerzos en la neumonía atípica y una cruzada más en contra del tabaco, es decir que los pulmones del mundo son la estrella. Pero ¿donde se aloja ese mal que nos corroe? ¿podemos usar mascarillas o aumentar el precio del infortunio?. La soledad no es una enfermedad, es una percepción que nos aqueja cuando bajan las defensas de la autoestima. La pregunta es ¿porqué bajan?; solos estamos todos, pero se nos afiebra el alma cuando pensamos en ello. El poder de los abrazos, de los sueños, ha probado ser una cura extraordinaria para este mal milenario que se ha vuelto endémico de repente, ahora que no hay tiempo para los abrazos, ahora que las ambiciones han ocupado el trono de los sueños y triunfar es más importante que estar vivo.
Hay dentro de mí una gratitud eterna para la diosa de ojos claros que me besó las llagas cuando el mundo me había abandonado, que me recogió en la enorme casa de su corazón y consiguió que volviera a caminar. Quiero que lo recuerdes, quiero que rememores quien puedes ser si cierras las puertas de las sombras, si retomas la conciencia de ser imprescindible, para los que como yo te lo dicen y los que callan haciéndose los fuertes. Abre las puertas a algún sueño, por pequeñito que sea; cómprate un vestido, juega al fútbol, o si te satisface dale un sopapo a alguien. Date una buena caminata mañana por la tarde y piensa en ello, seduce a alguien, rescata a un náufrago o hártate de dulces, que espero poder ver pronto una sonrisa en esos hermosos ojos, en esos sensuales labios a los que no les sienta nada el gris de la tristeza.

28 abril, 2005

El número 5

El número 5 era el favorito de mi madre, de ella lo heredé junto a sus ojos marrones y un nihilismo construído con esmero.
Mi madre creció junto a cinco voluntades, y compartió su casa adulta con cinco otras que, como en el primer caso, fueron desperdigándose a fuerza de adioses y crecimiento.
La casa que le dio el gobierno, para que protegiera a sus cachorros, tenía el número “5”, aunque por motivos meramente catastrales terminara siendo el “3”.
He alimentado esa vocación suya de agradecimiento a este dígito intermedio aunque , la verdad, a mí nunca me pasó nada especial con él, si descontamos que era una de esas cinco voluntades ajenas a la suya que creció en el departamento número cinco de un barrio obrero en los límites de la ciudad.
He intentado hacer valer su condición de cifra cabalística en todos los juegos de azar que se me pusieron delante, pero nunca hubo suerte;…quizas su promesa resida en estos racimos de dedos que me llevan por el mundo y me permiten manipularlo con la escasa destreza que me caracteriza. En eso somos diferentes, mi madre moldeaba un mundo complicado; lavaba la ropa con la cara y las manos enrojecidas, cocinaba milagros y dirigía la nave con tal firmeza, que daba la impresión de ser un personaje de la historia, perdido en un suburbio al que intentaría redimir.
Yo escribo con mis cinco dedos (tres de una mano y dos de otra) las historias que son mi única fortuna, las que ocurrieron y las que me invento, para poder sobrellevar los próximos cinco lustros. Buenas noches.

22 abril, 2005

El secreto

El día de mi boda fue el comienzo de una vida ajena y ajetreada; me casé en la catedral de Reims, y parte de mi familia tuvo que atravesar medio país para estar allí; no me opuse. Al poco tiempo estaba francamente cansado de todas aquellas apariciones en público, formalizando esta o aquella situación, ante desconocidos que poco a poco se convirtieron en máscaras parlantes familiares.
Marie lo llevaba muy bien, a ella siempre le gustaron las grandes ocasiones; es más, cada quince días necesita alguna de estas apariciones públicas que colman su ansia gregaria y en las que he participado como mero comparsa durante años.
Yo siempre fuí más retraído; y cuando me convertí en rellevado por su afán de musa de la arquitectura de la sociedad vital, comencé a beber. Bebo a solas. Marie dice que somos felices y me guarda el secreto.

20 abril, 2005

Mi patria

Como un enorme barco blanco
de corazón gris, va una nube
jodiéndome el sol
y dándome la idea
de lo perecedero
y lo insustancial;
de aquí para allá,
como todos nosotros
buscando ser felices
o al menos parecerlo.
Nube mensajera,
de Otoño puntual
que parece Primavera
y que hace su trabajo
para despertar a los sosegados.
Dile a los demás
allende mares o montañas,
que espero un hijo
y que confío sepa
esquivar alguno de los zarpazos
conque la vida
me ha decorado,
y avivar el fuego
de mi única y verdadera patria,
la infancia.

19 abril, 2005

El beso del Homo Antecessor

En realidad no me gustaba, nunca me había gustado, pero el mundo había determinado que fuera mi novia. Mi noviazgo anterior había sido una experiencia confusa, en la que toda la relación con aquella niña (de la que he olvidado el nombre) se había basado en informaciones traídas y llevadas por una celestina pizpireta de ojos verdes llamada Liliana. Aquella morena sí me gustaba, pero nunca cruzamos palabra, si bien "oficialmente" nos habíamos aceptado el uno al otro. Un buen día se mudó, dejando mi corazón vacante y una nueva empresa para la infatigable Lily.
Adriana era una moza rellenita, de piel muy blanca y ojo gris (el otro era marrón), su falda escocesa tableada, su camisa blanca y su jersey verde no eran un uniforme de colegiala, eran su uniforme de niña pobre del suburbio; probablemente aquella ropa era la única decente que tenía y nunca se mostraba de otra forma. Hoy en día, parece inconcebible que la pobreza pudiera manifestarse en la escasez de atuendo, pero así era hace cuarenta años. La ropa circulaba reciclada entre hermanos hasta la extenuación de los tejidos, pero si no tenías hermanos estabas condenado a usar aquellas prendas que tenías, no hasta que estuvieran inservibles, sino hasta que pudieras hacerte con otras.
La tarde-noche en que besé sus labios (creo que fué la única vez), me pareció que eran de papel; aún hoy, una eternidad después, tengo nítida la sensación de aquella boca primera en la mía. No sé si cerré los ojos por un incipiente instinto adulto de suplantación o porque cuando fuí conciente de que aquellos labios se dirigían como un torpedo hacia los míos, decidí que aquella experiencia merecía el máximo de concentración. Quizás, mi modo de entender la sensualidad sería otra de haberme encontrado con una boca cálida y húmeda, pero eso vendría mucha ingenuidad después.
No me gustaba, pero era mi novia, así lo habían decidido otros con nuestra aquiescencia; aquello nos iniciaba en los confusos senderos que pretendían alejarnos de la infancia, con los pasos saltarines, viciados de niñez. Seguramente tampoco yo le gustaba, pero estaba disponible; una especie de "sparring"de las emociones a las que se aspiraba como una forma de estar en el mundo, no por necesidad alguna de corte afectivo o sexual.
De ser atado a un poste con los ojos cerrados,y obligado a desandar todos los besos que han recorrido mi vida, reconocería aquel beso entre millares; no por una cualidad especial que pudiera atribuírsele por ser el primer beso o chorradas por el estilo, sino porque aquellos labios de Invierno, heridos de líneas radiales, eran algo inesperado para mi concepción teórica de un beso.
Como huellas digitales en la escena del crimen, algunas sensaciones persisten involuntarias en la memoria de nuestras emociones; van más allá de los sentimientos por las personas, son marcas indelebles de la construcción de nuestra forma de recibir al mundo que se ofrecía en cada esquina.

12 abril, 2005

Un fantasma en Zingarella

Según me contó Gregorio, siempre fué este lugar una especie de imán para los acontecimientos desacostumbrados. El que a una mesa en la que, media docena de hombres enfrascados en una discusión bizantina, compareciera un espectro, interrumpiera la conversación con un desparpajo más propio de los vivos, y comenzara un parlamento al estilo de un alcohólico anónimo, no le llamaría yo normal.
-"Buenas noches señores, me llamo Omar Manuel Michelon, nací el 14 de Junio de 1923 y abandoné este mundo debido a un lamentable error médico el 8 de Marzo de 1947."
Hay varias versiones de este discurso introductorio, tantas como componentes de la tertulia aquella noche de Verano. Según las diferentes personalidades y/o percepciones de los poetas, Omar había sido: tímido o audaz, educadísimo o un bárbaro. En cualquier caso, resultaba evidente que todos habían sido seducidos por este joven fantasma que, nadie sabe bien con que objeto, se había presentado allí aquella noche, y había soltado tres o cuatro frases que garantizarían los debates durante meses. Dijo tener trato con Giácomo Leopardi, Fernando Pessoa, Césare Pavese y Sócrates. Nadie le creyó lo del último inmortal, no se sabe muy bien si porque no conocía la historia de la cicuta o porque dijo en un momento algo acerca de "los escritos" de Sócrates sobre religión. Hubo miraditas socarronas y alguien cambió de conversación en actitud benevolente diciendo:
-Me temo que no hablamos del mismo hombre.
Y así era, pero eso no pudo remediar que algunos dudaran de su sinceridad. En cambio, nadie dudó nunca de su condición de ser sobrenatural, no porque hiciera algo espectacular, como levitar o desvanecerse en el aire, sino porque dijo que perdonaba al que había robado los dientes de oro a su cadáver; y eso no lo haría ningún muerto al uso; además, consiguió en la escasa hora que allí estuvo, que Don Chicho, el dueño del local, le sonriera dos veces y le invitara una (lo que ya estaba bien) a Lambrusco bien frío.
Era sobre todo la expresión de las manos lo que al parecer había impresionado más a los concurrentes. Todos se habían fijado en la extraordinaria relajación y la riqueza de gestos, sin aspavientos de sus manos. Nadie se explicaba cómo podían comprender los razonamientos más complicados a traves de la parquedad de las palabras de Omar y adjudicaban al movimiento leve de sus manos la claridad de sus explicaciones y comentarios. Su sonrisa, también disfrutaba de esta característica didáctica; escuchaba con una media sonrisa que incluía las preguntas que quería hacer a sus interlocutores cuando no entendía alguna cosa, casi siempre referente a hechos actuales de los que al parecer no tenía mucha idea. Un hoyito que se formaba en su mejilla derecha le daba un aspecto simpático y entrañable, y un brillo intenso en sus ojos se escapaba por la hendidura mínima de sus párpados y la profusión de pestañas que los remataban. Nadie tampoco se puso nunca de acuerdo sobre el color de sus ojos; cada uno le adjudicó el color por el que más predilección sentía, así, Omar tenía ojos de carbón, de un verde intenso, dorados, y de un azul tranquilizador.
Granda recordaba un sueño que había tenido, uno de esos cargados de revelaciones que no somos capaces de pormenorizar luego, verdades trascendentales, imposibles de poner en palabras que le transmitía un negro gordo y bonachón que se llamaba Obamba a traves de su sonrisa, mientras remaba en su pequeña barca para atravesar un lago sereno con Granda como único pasajero. Había despertado con la sensación de haber oído las verdades fundamentales de la existencia, y con la trágica, insufrible certeza de no poder recordarlas. Alguien le había explicado que algunas descargas químicas durante el sueño, daban al cerebro un placer liberador que cada uno relacionaba con sus íntimas preocupaciones y daba así por descontado, que había tenido acceso al nudo esencial, al filamento invisible que unía y explicaba la vida de todos los seres. Claro que otras veces, soñaba que se tiraba a una negra gorda con unas tetas enormes y no necesitaba explicaciones suplementarias. En cualquier caso, veía una relación soterrada entre aquel sueño y la visita de aquel joven eterno, con pinta de foto en blanco y negro y ademán sosegado.
Sobre todo, el paralelismo con el sueño estribaba en que, así como no recordaba el final del sueño, no era capaz, como nadie lo era, de decir en qué momento se había marchado Omar, y cuales habían sido sus palabras de despedida (si es que las hubo). ¿Como podía ser posible que ante el embrujo colectivo que su presencia había causado, su marcha hubiera pasado inadvertida para todos?. Vallejos aseguraba que alguien le había llamado desde el otro lado de la cristalera del Restaurante y que había salido sólo un momento, Giurastante que tras hablar con Don Chicho un par de minutos en la barra no le encontró al volver, Granda maldecía la esclavitud a su próstata y Pérez Ureña no tenía explicación puesto que no se había movido de la mesa al igual que Andrés Morales y uno de los hermanos Collar. El caso es que había desaparecido sin más, dejando una pequeña piedra sobre la mesa, un guijarro con el que había estado jugueteando y al que miraba con mucha atención momentos antes de abandonar la mesa inadvertidamente.
-Menos mal que no tomó más que el Lambrusco de Don Chicho, reflexionó Granda, sino hubiéramos pensado que era un vivillo que nos contaba un cuento para consumir a nuestra costa.
- No, nadie habría pensado eso y mucho me extraña que diga Ud. semejante cosa- dijo Don Chicho que había aparecido por detrás de Granda con vasos extra y más Lambrusco con la insólita intención de invitarlos . -El joven se despidió de mí y me encargó que les sirviera una ronda a su salud - dijo mientras Giurastante inclinaba la cabeza, fruncía el ceño y remataba el gesto con una ligera elevación de las pobladas cejas y un fugaz encogimiento de hombros.
-Además lo dejó pagado- dijo mientras recogía la piedrita que lanzó un par de veces levemente para recogerla en su palma y marcharse sin más tras cerrar el puño con el tesoro en él.

07 abril, 2005

El día después

Todos estuvieron en sus puestos al día siguiente, bien es verdad que la mesura en la ingesta de alcohol fué notoria, y que lo descafeinado y cortés de los debates eran algo frustrante para los oidores de las mesas vecinas. Granda, reaparecido ante las preocupantes nuevas del episodio de la víspera, tuvo una bronca fenomenal con su mujer por estar allí junto a sus camaradas.
-Claro, ahora te vas a arreglar el mundo con esos cretinos mientras aquí hay tantas cosas por hacer…
Siempre había algo que hacer, se dijo, la cuestión es si existe la voluntad; y se preguntó a sí mismo :
- amigo, ¿te interesa a tí saber qué es lo que hay por hacer?.
Era una pregunta baldía. Desde hacía tiempo atrás , había comenzado a hablar a solas pues, necesitado como estaba de comprensión, acudió a la única persona que habría de permitirle todas las licencias que su mujer objetaría, él mismo .
Lo malo fué que, todo este proceso, habitual en hombres casados por muchos años, se desarrolló en voz alta, y no como mandan los cánones, en completo silencio y añadiendo a cada frase ,"so puta". El "no" , fue proclamado sin ira, sin culpa y sin suerte, porque su sufrida esposa decidió desde aquel mismo momento, no calentarle la cena nunca más.
Atravesando una andanada de reproches y amenazas, se dirigió hacia la puerta como lo hace un hombre en estas ocasiones, rápidamente. Ya en la calle encendió un cigarrillo y recordó sin saber porqué una frase de Quentin Crisp: " Si no triunfas a la primera, puede que tu estilo sea el fracaso".
En el irrespirable ambiente de siempre, se sucedían las discusiones atemperadas por el regusto triste de la prosaica bronca de la noche anterior. Una cita de Pessoa elevó los espíritus y el temor se fué trocando en poesía.

…" Como las piedras en el borde de los canteros
el Hado nos dispone, y allí nos quedamos;
que la suerte nos pone
donde hemos de estarlo…"

Granda sintió esas palabras como buscándolo: tal cual le ocurría en su adolescencia , cuando se enamoraba hasta de las sombras; y en la radio, todas las canciones estaban escritas para sus amores etéreos y volubles. Aún recordó el final de la poesía

" No tengamos mejor conocimiento
de lo que nos cupo, que el que nos cupo
cumplamos lo que somos.
Nada más nos es dado.

Pérez Ureña, que había dicho la primera parte de la poesía,dió tres leves palmadas silenciosas a modo de reconocimiento de la memoria de Granda, que con los ojos entrecerrados por la concentración y el placer, rescataba desde el fondo de su alma la oda Nº 37 de Ricardo Reis.
El vino, la compañia y la poesía hicieron de Granda un hombre feliz durante un par de horas. Al volver a casa, poco antes de entrar repitió:
Cumplamos lo que somos.
Nada más nos es dado.

06 abril, 2005

Los poetas (y VI)

Nadie sabe si el maltés era capaz de pensar en estas circunstancias, lo que sí es evidente , es que la represalia fué un alivio para todos. Las chispas de sus ojos no habían desaparecido, pero había algo de generoso en el puño cerrado que se descargó sobre la cabeza de Baldomero como un martillo vengador (y delicado) a tenor de las fuerzas del improvisado picapedrero.
Baldomero siguió en el mismo sitio, pero más cerca que antes del nivel del mar, lo que impulsó a uno de los hermanos Collar a espiar por debajo del mantel para cerciorarse de, si se trataba de una flexión inteligente de las rodillas del héroe o si el suelo, había cedido y había un trabajillo a la vista.
Roto el maleficio, la distensión no tardó en llegar cuando un parroquiano, feliz del desenlace relativamente incruento, levantó su copa varias mesas más allá y arengó entusiasmado :
- ¡Brindo por los poetas y por la amistad!.
Giurastante, levantó una copa con un paquete de cigarrillos retorcido dentro, colillas y fósforos muertos. La felicidad, iluminó los rostros de aquellos hombres que sabían que todo había terminado.
Prudentemente, Vallejos hizo mutis por el foro, con tal discreción que, si a alguien le fuera encomendado poner un título barroco a aquella velada, este sería algo así: " Una noche desgraciada, salpicada de actos heroicos y oportunos.

Los poetas (V)

Baldomero había oído que una bofetada, era capaz de volver en sí a los desmayados,cortar un ataque de nervios, o volver a sus cabales a los poseídos. Es evidente que no evaluó, quizas por falta de tiempo, la aplicabilidad del sistema en aquella triste ocasión. Es obligado tambien reconocer que su valiente, o imprudente (según como se mire ) actitud, así como la rapidez con la que pensó una posible solución , salvó a Vallejos de un trance peligrosísimo.
Seguían repiqueteando aún las gafas de Pérez Ureña entre los cristales y los carozos de aceitunas, buscando su posición definitiva cuando Baldomero, incorporándose ante el petrificado Vallejos, le asestó una sonora bofetada; giró inmediatamente hasta enfrentar al atónito Giurastante y le aplicó la misma medicina ante una concurrencia que no daba crédito a lo que veía . Si medidas con un bofetómetro, se diría que la segunda , intentaba ser más testimonial que otra cosa , ya que el sonido de esta última fué infinitamente menor. No se sabe bien si por la diferencia de consistencia de las carnes o por la carga de temor y respeto con que esta segunda cachetada fué ejecutada. El silencio implotó majestuoso en La Cueva; cuentan algunos, al serle referida esta historia, que en todo el mundo, a aquella hora exacta, cesó el canto de los pájaros, callaron las odiosas bocinas tras los camiones de la basura y los abucheos al premier británico en la Cámara de los Comunes . Camareros estáticos, decenas de personas en vilo ante platos humeantes asistían, en el mayor de los silencios, a un juicio final de barrio. Baldomero, erguido ante su destino, era conciente ahora de haber jugado una carta brava; también de haber hecho lo único capaz de proteger los huesos del desdichado borrachín.

05 abril, 2005

Los poetas (IV)

Pérez Ureña, que era un hombre sabio, no esperó siquiera que se apagara el sonido de la última letra de la frase; dicen algunos que estuvieron allí, que se puso de pié al acabar "estás", y se incorporó para ubicarse estratégicamente en el camino más corto que mediaba entre el furioso pintor y el inoportuno Vallejos que, sin saberlo, había pronunciado el único maleficio capaz de descontrolar totalmente al maltés.
Su furia vigorosa era capaz de razonar y apiadarse, así como discriminar entre amigos y desconocidos, siempre y cuando, esa combinación de palabras, no le tuviera por destinatario. Siquiera era capaz de tolerarla con un signo de interrogación al final. Perez Ureña lo sabía, pues había presenciado una desagradable situación entre un mecánico y el pintor, cuando aquel dijo las palabras mágicas, y un segundo después, el gigante, fuera de sí, levantó al infortunado con una mano, para arrojarlo contra un montón de caños de escape un par de metros a poniente. El estruendo fué grande; y la cara del mecánico parecía de mármol, pero de mármol de estatua, atendiendo a las características de: gesto paralizado, color y temperatura.
Giurastante, con la boca tensa y los ojos echando chispas, ya había lanzado la zarpa de acero hacia el cuello de Braulio cuando Pérez Ureña ganaba la posición; y fué inevitable que la manaza arrollara el rostro del mediador, haciendo volar sus gafas hasta enredarse titineando, entre las copas, botellas y ceniceros repletos. Los hermanos intentaron sujetar por los brazos al ofendido, pero este, se sacudió a ambos con un gesto ágil y violento. El último intento, a cargo de Baldomero Hernández, fué el que salvó la integridad de Vallejos, que ya estaba milagrosamente sobrio.

Los Poetas (III)

Pasados los brindis obligados, las elegías ante la incomprensión de un mundo materialista y hostil y las alabanzas exageradas a la obra de dos de los contertulios, que publicaban por segunda vez en aquel año, llegó por fin el ansiado momento de los ocupantes de las mesas vecinas. Un análisis profundo y descarnado de la sociedad en su conjunto, así como de las motivaciones últimas de los hombres (el cual siempre se producía cuando la cantidad de brindis excedía la capacidad de absorción de alcohol de los ponentes. Giurastante abrió la caja de los truenos sosteniendo una de sus teorías emblemáticas, acerca de que si la gente fumaba, era por una tendencia atávica a reproducir el ambiente cargado de humo de las cuevas en que se refugiaban los homínidos de los albores de la era cuaternaria.
Vallejos, con los ojos como un delta de diminutos filamentos rojos, un movimiento compulsivo de los labios; (como haciendo las señas de varios doses en una hipotética partida de truco) y un balanceo de su cabeza que intentaba retener el punto al que sus exhaustos y acuosos ojos querían mirar (es decir, que estaba mas bien borracho), no parecía dispuesto a aceptar nada que él, no tuviera la oportunidad de rebatir antes y sancionar finalmente con una retórica confusa, como argumento válido.
Seguramente había olvidado los riesgos a que se exponía ante un hombre, que le doblaba en tamaño, en energía, al tiempo que le centuplicaba (por poner alguna cifra que oriente) en agresividad, cuando comenzó diciendo:
- Tú estás loco...

04 abril, 2005

Los poetas (II)

Andres Morales, Braulio Vallejos, Pérez Ureña (el cual se negó desde siempre que se resumiera su filiación), Baldomero Hernández, que escribía poco pero mal y los hermanos Collar, basculando eternamente entre el arte y la "Construcción y Refacciones". Había otro, un tal Granda, que venía poco porque decía que no paraba de escribir; pero la verdad es que era por no empeorar su situación doméstica; su mujer sostenía que sus camaradas eran una panda de borrachos y vagos con una labia florida que los distinguía del populacho pero que, eran el populacho. ¡Ay lo que puede hacerle a una mujer ser maestra en las orillas, frustrada y descendiente de una estirpe de alcurnia!, de esas que la madre de Granda decía eran como la zanahoria: "lo mejor está bajo tierra".
Curiosamente, el tema del fútbol nunca aparecía sobre la mesa; los hermanos eran del Boca, pero los otros no mostraban interés por deporte alguno, salvo quizas, el levantamiento de vidrio en barra fija. Parecía mentira que, tan cerca del Partenón del deporte de masas, La Bombonera, osara un grupo humano escapar al mágico influjo del deporte rey.
Una noche en la que celebraban la publicación de los hermanos Collar de un ensayo conjunto (también en los gastos) sobre la influencia de los bosquimanes en la literatura latinoamericana, un malentendido entre Vallejos y el maltés, dió lugar a un desagradable episodio que puso en peligro el crédito de los poetas en la cueva y la sempiterna buena voluntad y admiración de los sencillos clientes del local.

Los poetas (I)

Los poetas se reunían en un lugar llamado : La Cueva de Zingarella, donde comían, se intercambiaban secretos y porqué no, chismes de sus amigos y correligionarios.
En un ambiente cargado por el olor a tabaco y a salsas recalentadas, debatían largamente acerca de las cuestiones más diversas. Algunos temas rozaban lo sublime; otros, parecían escogidos por alguien con notables deficiencias, digamos más… mentales que culturales. En cualquier caso, daba gusto verlos, con su aspecto en general estrafalario; y más gusto oir sus vibrantes tertulias, plenas de frases brillantes e ingeniosas barbaridades y reflexiones. Por alguna razón, nadie en aquel local hubiera osado ocupar la mesa de los poetas en ausencia de estos. Si algún turista o cliente circunstancial, en su profanadora ignorancia, ocupaba lo que parecía una excelente ubicación, extrañamente libre en un restaurante siempre repleto, eran advertidos por los demás parroquianos que se trataba de un lugar reservado a ciertas personalidades relevantes y, curiosamente, todos accedían a abandonar dichas plazas con cierto aire turbado por no haber conocido de antemano dicha circunstancia. Aquellas célebres posaderas tenían en los habitués, unos respetuosos guardianes de sus sitios respectivos.
Giurastante le daba al grupo, el halo de internacionalidad del que seguramente carecería en este suburbio. Pintor maltés de incuestionable talento( y elevado grado de violencia), había recalado en La Boca 70 años después de que lo hiciera el primer súbdito de aquella isla. Curiosamente, se trataba también de otro hombre que huía de las consecuencias de su conducta vehemente.

02 abril, 2005

Rumbo al Eden

Ha crecido en mi jardín urbano una planta desconocida; se eleva hacia el cielo desplegando unas hermosas flores amarillas. Comparte este espacio de naturaleza fraudulenta con un ejército de vegetales diversos y veteranos, así como con once simpáticas plantitas, que florecerán al final del verano en las historias que para tí escribo. El destino es así, cabalga en el aire acarreando semillas diminutas que recalan en los puertos más insospechados. Es un viento extraño que acerca otras vidas a la nuestra, de especies diferentes y variadas; descarados gorriones temerarios, hierbajos testarudos y almas a la búsqueda de corazones amigos. He aprendido a ser receptivo a sus designios y flamea una bandera invisible en mis murallas, que emite señales de bienvenida a los navegantes . Soy un pueblo de indígenas amistosos, que abre sus brazos a los prodigios del Hado que a nadie ignora. Dejo crecer todo aquello que llega a mis costas; también tu corazón podría hallar refugio detrás de mis acantilados; y podría crecer conmigo, darme sombra si quisieras. Pero si al crecer dieras espinas, te abandonaría a tu suerte, y me abandonaría a la mía, que es esperar brisas propicias, que me leguen el modesto paraíso al que aspiro.

Sobre la sabiduría de los próceres

Dijo el Canciller Bismarck: “Estamos aquí para cumplir con nuestro deber”; otro personaje de la humanidad, algo menos conocido por la historia, Pocholo (el de la Juani), me dijo con un porrito entre los labios y su voz ronca, mientras acogotaba a un indefenso botellín de Mahou: “Estamos aquí para pasarlo bien”. Pero yo, como siempre, voy vadeando los extremos; navego por este mar proceloso en palabras, leídas o escritas, voy por el sendero recto de los caracteres siguiéndose unos a otros para evitar encontronazos con la vida. Me alejo de todo aquello que parezca excesivo a mis energías, o que suponga un esfuerzo espiritual desmedido. El resultado es desalentador y concluyo, por una vez, que estoy equivocado, y que ambos tenían razón.

01 abril, 2005

Llegó tarde

Llegó tarde a casa
con un hueco en el alma;
escuchó la radio,
su única ventana.
Reconstruyó el pasado
como le fué en gana,
navegó en ginebra
y rió de la nada.
Llegó tarde a casa
y nadie lo supo,
oyó la ventana
y vió por la radio,
navegó en la nada,
y rió de ginebra,
total…qué importaba.
Y se miró al espejo
sin más esperanza
que la de encontrarse,
y allí mismo estaba.