06 abril, 2005

Los poetas (V)

Baldomero había oído que una bofetada, era capaz de volver en sí a los desmayados,cortar un ataque de nervios, o volver a sus cabales a los poseídos. Es evidente que no evaluó, quizas por falta de tiempo, la aplicabilidad del sistema en aquella triste ocasión. Es obligado tambien reconocer que su valiente, o imprudente (según como se mire ) actitud, así como la rapidez con la que pensó una posible solución , salvó a Vallejos de un trance peligrosísimo.
Seguían repiqueteando aún las gafas de Pérez Ureña entre los cristales y los carozos de aceitunas, buscando su posición definitiva cuando Baldomero, incorporándose ante el petrificado Vallejos, le asestó una sonora bofetada; giró inmediatamente hasta enfrentar al atónito Giurastante y le aplicó la misma medicina ante una concurrencia que no daba crédito a lo que veía . Si medidas con un bofetómetro, se diría que la segunda , intentaba ser más testimonial que otra cosa , ya que el sonido de esta última fué infinitamente menor. No se sabe bien si por la diferencia de consistencia de las carnes o por la carga de temor y respeto con que esta segunda cachetada fué ejecutada. El silencio implotó majestuoso en La Cueva; cuentan algunos, al serle referida esta historia, que en todo el mundo, a aquella hora exacta, cesó el canto de los pájaros, callaron las odiosas bocinas tras los camiones de la basura y los abucheos al premier británico en la Cámara de los Comunes . Camareros estáticos, decenas de personas en vilo ante platos humeantes asistían, en el mayor de los silencios, a un juicio final de barrio. Baldomero, erguido ante su destino, era conciente ahora de haber jugado una carta brava; también de haber hecho lo único capaz de proteger los huesos del desdichado borrachín.