CORTO Y CONFICCIÓN

Omar Muharib

28 marzo, 2005

Historia de una morena (y VI)

Se sintió confusa cuando le dije que me iba; y aprendí que en los celos, hay más amor propio que amor. Llamé a mi amigo "El Mono" a Madrid, y tuvo tan buen corazón( como siempre), que me esperó con una furgoneta prestada en la estación de autobús para volver a casa con mis fracasos empaquetados. La noche en que me fuí, la Morena me dijo que iría a verme a Madrid, y lo tomé como quien te da una palmadita en la espalda para que te vayas tranquilo. Extrañamente, cumplió su promesa, algo que nunca entendí, pero cuando vino, ya era de día, y no hice el amor con ella, solo me la follé un par de veces y el zumo de naranja que le preparaba cada mañana era solo un detalle de buen anfitrión.
Volví a Barcelona varios meses después que ella se hubiera mudado a Italia con un italiano desafortunado. Estuve allí para pasar unos días trabajando con mi amigo el seductor. Cuando llegamos, la dueña del hostal me dijo que tenía que darme una mala noticia, "se murió la Morena", le dije sin dudarlo; ¡Ah !,¿ lo sabías?, "sí", le mentí, y le pedí el cuarto en que había vivido con ella. -Está ocupado, me dijo, pero el de al lado está libre.
- Pues ese, respondí.
No dormí en toda la noche, esperaba oir sus pasos subiendo las escaleras, que saliera del sumidero del lavabo para asustarme o aparecer en mi cama si me daba la vuelta hacia la pared. No sentí nada ante su muerte, solo el miedo infantil de que su fantasma me viniera a reclamar no sé qué cosa. Supe que estaba condenado, que mi corazón no es más que un mendigo vengativo y hostil cuando se le lastima. Esta vez la noche duró lo reglamentario, y su recuerdo, es una estampa curiosa, una foto colorida de la National Geographic sobre una tribu exótica.
Ahora ya no tengo corazón, pero no es su culpa, ella estaba buscando, como yo en aquel tiempo, pero tenía más prisa. Me da pena el italiano, que la perdió cuando aún no sabía que habría de perderla pronto, y se quedó enganchado a una noche que le durará siempre.

27 marzo, 2005

Historia de una morena (V)

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Giraba como una peonza en mi cama, oí los ruidos de la noche y el grito destemplado de algunas gaviotas sin dormir ni un segundo. Hice y deshice todos los reproches que le guardaba e intentaba sentir el alivio de sus pasos en las viejas escaleras del modesto hostal. La noche se fue llenando de ruidos, de luces y ajetreos, de rutinas ajenas, de dolor y fracaso. Salí a fumarme un cigarrillo sentado en el bordillo, mientras la noche acunaba un sol alto y el trajín renovado de la ciudad. La vi llegar sin prisas, acompañada de un tipo circunstancial y complaciente; y yo allí, haciendo el ridículo de la espera teñida de desesperanza, a la luz de aquella noche de sol de mediodía. Fue su manera de decirme que ya no le interesaba, que mi tiempo había pasado aunque yo no quisiera verlo. Anduve por la ciudad mientras ella dormía y me preguntaba ¿cuando habría de amanecer?. Volví y era de noche, ella se arreglaba para ir a bailar sevillanas (desde ese tiempo las odio) ¿como podía ser que aún fuera medianoche?, la hora en que salen, en Barcelona o en Madrid, la gente que no quiere ser como yo. Intenté dormir aprovechando que la noche duraba ya más de un día. Lo hice apenas, pero ya no la esperaba, solo intentaba recordar si había sido alguna vez de día antes, cuando viví meses a su lado… y no podía recordarlo. Recordé la noche de mi llegada al Carrer del Pí. cuando una morena me esperaba con los ojos brillantes en las sombras, y subí a su cuarto ambientado de sedas de la India en las paredes, velas e incienso. Recuerdo su ojos enamorados y su rostro cambiante en la penumbra, era todas las mujeres que yo había deseado.
Es muy confuso todo lo que viví a la sombra de esa muñeca hermosa que te daba su corazón y su vida con la misma naturalidad con que te los quitaba una noche, Siempre noche.
Yo era un vampiro, un succionador de vidas ajenas por no tener una propia, pero era indigesta aquella vida de mescolanzas orientales y hippismo lumpen.
Conocí mundos nuevos a su estela, pero no me interesaron, descubrí que la belleza no es la perfección, y que estar solo, a veces, es menos dañino que humillarse.

26 marzo, 2005

Historia de una morena (IV)

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Desperté sin la menor duda de que aquello había sido real, y me encontré una morena dormida en mi camino al mundo luminoso que estaba seguro me esperaba. La dejé dormir mientras preparaba el desayuno y aproveché para solventar todas las esclavitudes del cuerpo, dejaba las del alma en manos de un piloto automático que parecía inspirado.
Que te abrace un mujer medio dormida, con el cuerpo caliente de asolearse en sueños inaccesibles es uno de los placeres inocentes que ha permanecido vigentes a lo largo de mi vida; que gima levemente mientras lo hace, acelera el corazón y despierta todos los otros centros del placer que permanecían en letargo. Desayuno, charla animada, planificación del día y beso. ¡Quien pudiera creer que estos hechos simples puedan mantener a un hombre canturreando todo el día!.
Por la tarde me esmeré en la cena y los preparativos estaban muy avanzados cuando llegó. Cenamos con vino y estaba en el aire que había una fiesta para los sentidos fraguándose.
Iniciamos una serie de maratonianos encuentros amorosos con los desajustes típicos de cualquier inicio, pero a los pocos días, y tras mucho ensayar Eros, nos convertimos en auténticos especialistas el uno del otro. Era tal el entusiasmo que recuerdo una tarde en que hicimos el amor en el trayecto del teleférico que une el Pº de Rosales con la Casa de Campo. los pasajeros del funicular que venían en sentido inverso, no deberían creer lo que veían, pero allí estabamos, con el mayor de los desparpajos y un desinterés absoluto por el resto del mundo.
Cuando se volvió a Barcelona, quedé en el mayor de los desconsuelos, pero hablábamos por teléfono cada día y nos escribíamos como posesos; le escribí las cartas más hermosas del mundo, y como en aquella época no existían en mi vida los adelantos que hay hoy no ha quedado constancia de ellas. Llegué a recibir tres en un día, una de ellas con veintemil pesetas(en dinero) para que fuera a verla cuando apenas habían pasado diez días desde nuestra separación. Nunca estuve tan enamorado ni tan seguro de lo que debía hacer, después de varios viajes relámpago a Barcelona, y de una nueva visita suya a Madrid, esta vez con su hijo de 12 años, organicé mi vida para irme a vivir a su ciudad .

25 marzo, 2005

Historia de una morena (III)

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La acompañé a su entrevista y me fuí a trabajar a casa de un amigo fotógrafo que vivía cerca tras indicarle dónde era. No podía quitármela de la cabeza, y las horas en que no la ví, las empleé en pensar que quizás la endiosaba porque mi corazón no tenía adonde ir. Mi amigo reforzaba esa creencia tras comentar de mi entusiasmo: "ya será menos". Sentí que se retractaba cuando al sonar el timbre de la puerta me anunció con un aire perplejo que alguien me buscaba; mientras le dejaba paso, y al darle ella la espalda, se mordió el labio inferior con cara de angustia por todo comentario.
Empezaba a fantasear con la idea de vivir un sueño, y ella colaboraba mostrando mucho interés en permanecer conmigo todas las horas en que no tomara clases. Desmonté mi rutina habitual y vivía en una especie de nube a la que me había subido trepando por su sonrisa y su entusiasmo sincero por mi compañía.
Sentía crecer dentro de mí un árbol poderoso sobre las ruinas de mi inseguridad, y todo se lo debía a esa bella extranjera que me abría las puertas de un mundo nuevo.
A la tercer noche, después de retirarme a mi cuarto, sentí la necesidad imperiosa de verla aunque fuera dormida, y salí de mi cuarto con la excusa de una excursión al lavabo. Allí estaban aquellos ojos otra vez, abiertos y sonrientes, detrás de aquella mano delgada que se extendía hacia mí.
Cogí su mano y me senté a su lado; era todo extraño y natural, parecía que todos mis deseos tenían sentido de repente cuando comprendí en su mirada que ella también necesitaba a alguien.
Casi sin hablar acariciaba su pelo, mientras ella apretaba mi otra mano y la sujetaba bajo su mentón. No había música, pero algo en mí la escuchaba, y las tinieblas eran tan generosas que me permitían ver sus gestos de bienvenida. Sin cambiar de postura, retrocedió en la cama para dejarme sitio. Entré a aquel calor como quien llega a un puerto tras la más dura travesía, contrariamente a lo que cabría esperar, no había en mí deseo sexual alguno, sentir su cuerpo cálido, era para mí como una recompensa a tanto esperar un sueño que me acogiera. Hundió su cabeza contra mi pecho y me pareció que su piel se derretía y fundía con la mía; cuando por fin fuimos uno, hablamos de desilusiones y esperanza. Cuando nuestros corazones aliviados por aquel contacto sin interferencias físicas se habían reconocido, nos dimos un corto y preciso beso y me fuí a dormir a mi cama. Nada hay más extraño en esta historia que me durmiera enseguida, como quien sabe que mañana, al despertarse, un mundo nuevo le estará esperando.

24 marzo, 2005

Historia de una morena (II)

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Ese mismo día, despues de acomodarla, la llevé al Retiro; hablábamos atropelladamente y yo, me moría por parecer interesante al tiempo que me debatía en la necesidad de ser leal a mi amigo el seductor. La miraba desde todos los ángulos y no parecía tener defecto alguno, era de una perfección que desconcertaba y esperaba que en cualquier momento le diera un ataque epiléptico o cualquier otra catástrofe que compensara toda aquella belleza. Nada ocurrió, para colmo, a través de nuestra conversación, se desprendía el hecho de que la relación con mi amigo era tan superficial que ella siquiera consideraba la posibilidad de verlo más que una persona amable y amistosa. Prometí llevarla al día siguiente a la zona de la calle Madre de Dios, en la que estaba la escuela de baile motivo de su viaje, preparé una cena aceptable y, entrada la madrugada le dí las buenas noches y me metí en mi cuarto a pensar en ella con la excusa de dormir. Ella dormía en un sofá cama en la sala y apenas dormí esa noche, pero no me atreví siquiera a ir al baño por un extraño pudor a que pensara que mi intanción era verla subrepticiamente al atravesar la sala; además, quien me decía que quizás de noche, el hechizo se rompía y se convertía en una persona real.
Deseaba con tanto fervor que llegara la mañana que lo conseguí, el sol de Octubre doró los árboles inmóviles y fué la señal para abandonar mi enclaustramiento confuso; ¿que sabía ella la hora a la que me levantaba habitualmente?. Abrí la puerta con delicadeza cuidándome de no parecer sigiloso, sentía que la naturalidad disfrazaría convenientemente mi zozobra. Intenté no mirar hacia su cama, pero una luz que provenía de su sonrisa atrajo mi atención. ¿Como podía ser que ni siquiera al despertar tuviera un aspecto terrenal?. Parecía como si durante toda la noche, mientras yo intentaba no pensar en la hermosura que dormía a cinco pasos de mi angustia, ella hubiera ensayado y perfilado el gesto dulce y sereno con que acabó de volverme loco. Me acuclillé a su lado y le hice todas las preguntas que no sentía pero que se supone haría un buen anfitrión. Preparé un desayuno "Continental" tal como había leído alguna vez en algún lado : café, lo que hubiera y zumo de naranjas. La servidumbre a las necesidades fisiológicas comenzó a convertirse en una tortura al caer en la cuenta de que sus rastros indeseados, desapercibidos cuando uno vive solo, deberían ser objeto de alguna estrategia de disimulo. Es probable que su condición de ser sobrenatural le hubiera ayudado a no mostrar servidumbres de ningún tipo a su cuerpo etéreo; pues tras darse un baño, salió dejando tras de sí, un perfume celestial y sombras huidizas de su contorno grácil flotando en el vapor del aire.
Lo mío fué más prosaico y fué un acierto entrar en segundo término, había demasiada humanidad en la niebla de la ducha al cerrar apresuradamente la puerta rogando que no necesitara entrar ella otra vez.

23 marzo, 2005

Historia de una morena (I)

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Hay veces en que el destino se apiada y te regala un sueño; en que dejas de ser el insignificante al que te has acostumbrado y confabula para que te sientas, no ya importante, sino el centro del universo.
Había sufrido un revés tremendo; saber que la mujer con la que has vivido algunos años había tenido al menos un par de amantes, destroza a cualquiera. Me pasé más de un año sintiéndome un imbécil, y tan débil que resultaba invisible. A la misma edad de Cristo, me veía crucificado, era un muerto con los brazos abiertos, anhelando y temiendo una Magdalena que lavara las ofensas que me habían herido. No sé si es que olía a lágrimas o el que uno es más bajito y más feo cuando está triste, la cuestión es que necesitaba un abrazo de mujer (y porqué no decirlo, un poquito de sexo) para romper el penoso hechizo, pero no conseguía siquiera acercarme a ellas.
Fuí un mero espectador en el milagro; un amigo me contó que había conocido en Barcelona a una bailarina canadiense que vendría a Madrid a tomar clases con un renombrado maestro de flamenco, que era guapa y que él le había dicho que cuando viniera, le encontraría acomodo con algún amigo que dispusiera de espacio en su casa. Pensé que la historia estaba pensada para él, que siendo un tipo casado, salía con tantas tías en un año como yo lo había hecho en toda mi puta vida, por lo que accedí a la posibilidad con solidaridad y desapasionamiento. Un buen día me dijo que la bailarina venía a pasar 15 días a Madrid y que iríamos a buscarla al aeropuerto.
Allí estábamos, tras una puerta de cristales que cada tanto se abría para dejar salir a alguien cuando en un momento mi amigo dijo, "ahí está"; mis ojos, que andaban detrás de las nalgas de una rubia extranjera, no llegaron a tiempo y la puerta se había cerrado. Cuando se abrió otra vez la ví y me quedé paralizado, tuve que darme la vuelta para ocultar la cara de lelo que sabía tenía. Ella esperaba no sé qué, y la puerta se abrió muchas veces hasta que salió por ella. Era la criatura más bella que había visto nunca, al menos eso sentía; tenía los ojos verdes y brillantes, una sonrisa que te desarmaba y vestía de la forma más extravagante que llevara alguien desde los 70'. Es más, parecía una diosa hippie, menuda y de proporciones perfectas, con un acento francés que le sentaba de maravilla. De camino a casa, una angustia incipiente se apoderaba de mí; tener que ver de cerca durante dos semanas a tan exótica beldad, sabiendo que no era algo a lo que pudiera acceder me torturaba más de lo que me ilusionaba.

22 marzo, 2005

La gente

Hoy, una mujer desconocida y a la que sin embargo creo conocer mejor que a los que me rodean, me ha hecho tener ganas de escribir sobre esto.
Hay términos que llevan en sí mismos, una carga negativa, una incitación al prejuicio. Unos por etimología, y otros por el dinamismo diletante del habla popular.
Cuando pienso en "la gente", me vienen a la cabeza todas las actitudes que no comparto de diversos individuos, que en honor a la verdad son menos de lo que yo pretendo. El problema es que son episodios marcados y desagradables que nos hacen rechazar al amplio conjunto de los otros, un poco por pereza intelectual y otro poco por rabieta gerontoinfantil.
Es probable que mi concepto de "la gente", esté viciado de razones simplistas, pero para mí, hay en general, un descuido en el trato que debiera ser primoroso en la vida en común. Soy un hombre respetuoso del espacio ajeno, quizás algo obsesivo, y creo que varias de las tribus de los demás se han hecho acreedores al post de hace un tiempo titulado: ¿Es Ud. un indeseable?. El respeto pues, será mi aportación al procomún; ¿cuál es la suya?.

20 marzo, 2005

Visitante de almas

Estamos solos. El mundo se mueve a nuestro alrededor como un depredador en torno a un banco de peces, tomando a su antojo las vidas de los que se quedan fuera por lucidez, debilidad o infortunio. Llevo este estigma conmigo desde tiempo inmemorial, pero es ahora, cuando ya no puedo nadar deprisa, cuando se abalanzan sobre mí todos los males de las profundidades,…y me alcanzan
claro.
Ya no creo en los misterios de la existencia, esos que te despiertan la curiosidad y te hacen avanzar, o al menos moverte, para mirar detrás de los espesos cortinados de lo nuevo. Nada es nuevo para mí; las miserias se repiten y los dramas solo cambian de fecha. ¡Ah tener los ojos vendados!, una bendición reservada a los alevines.
Sentí por primera vez el zarpazo brutal de las sombras cuando se suponía que todo habría de ser luz, viví mi infierno sin conocer siquiera su procedencia, abrumado por una melancolía pegajosa y un odio creciente a las estridencias del mundo. Luego, ya un paciente veterano de la tristeza hiberné en los desiertos del afecto arropado por las vivencias de otros desdichados que contaban mi historia al contar las suyas, pero con belleza estética y clarividencia, talentos que siempre he valorado a fuerza de carecer. Así he visitado el alma de poetas, por no tener otro lugar adonde ir ; y porque no hay asambleas de hombres tristes, me contaron a solas lo que yo quería contarles para sentirme menos solo. Mientras tanto, ah‚ fuera,
un desfile de energúmenos reclaman su posesión del mundo y la verdad,…y yo siento que les pertenece.

Superpeatón

Aparcaba en el paso de cebra, no dejando siquiera un resquicio por donde los peatones pudieran optar por ensuciar sus ropas en un equilibrio absurdo para intentar la travesía que les liberara de la tiranía de los coches. Le pedí que retrocediera para dejarme pasar (atendiendo a la facilidad de que aún se encontraba al volante), era muy joven, pero ya había aprendido las grandes claves de la vida: "Estoy trabajando", "¿y que quieres que le haga?, "Ehhh... por un minuto", o ese gesto tan taxista del encogimiento de hombros ante las recriminaciones lógicas de los demás. En su caso, la justificación de su nula educación fue: "Llevo 45 minutos dando vueltas para aparcar"; me daba a entender que ya había agotado el cupo de paciencia para ser respetuoso. Seguramente los 45 minutos a los que aludía serían 5, pero cuando uno es joven,"...todo va tan deprisa". Le recordé que allí no podía aparcar, y después de concederme el espacio mínimo por el que pasar, se bajó del automóvil como un basilisco y me espetó: "Bueno, si no tienes espacio por donde pasar, a mí me dá igual. Atravesé por el estrecho pasadizo concedido magnánimamente y le dije sin mirarlo:" No, a ti no te va a dar igual "; dijo alguna frase provocativa a mi espalda y se quedó saboreando el triunfo de su corta vida. No sabía que yo ya había decidido volver a este lugar provisto de un pomo de plástico que lanza una pintura horriblemente negra sobre los coches claros. Tengo también uno de pintura blanca, pero hoy no me sería de utilidad.
Llegué a mi casa y me cambié el atuendo; con el uniforme y la capa del "Superpeatón" me dirigí a aquella esquina en busca de una venganza perfecta (no hay nada más horrible que no saber dónde devolver un golpe).
Al llegar al lugar ya no estaba, y fui yo quien sufrió el no poder darle su merecido, pero había algo de positivo en todo aquello. Es evidente que el joven Neanderthal tuvo ocasión de reflexionar acerca de mis palabras, o su padre, más sabio o damnificado, lo habrá conminado a mover el coche urgentemente al serle relatada la hazaña.
Creo que es llegada la hora en que los peatones nos pongamos bruscos; aguantamos todos los atropellos a que nos someten los motorizados y las leyes no se cumplen salvo en los lugares donde habitan los dirigentes políticos y o económicos de nuestra sociedad. Pienso agredir cada coche que haga caso omiso de que en nuestra urbe hay mayores y no tan mayores con problemas de desplazamiento, madres con coches de bebés o ciudadanos con hipotéticos derechos y carros de la compra.
No creo que sea necesario un grave daño, 50 o 60 escupitajos(a ser posible en invierno) a los vehículos-obstáculo tienen una vena pedagógica notable.

18 marzo, 2005

El Gran Malowca

El gran Malowca es un diamante que han codiciado los grandes magnates de la aldea única. Estas caprichosas pasiones hicieron repentinamente multimillonaria a Irene Malowca, antigua monitora de un campamento cristiano.
Aquel diamante rebolludo que le diera a guardar un morenito escuálido bajo su protección, había hecho de esta mujer modesta y bien educada, una figura infaltable en los saraos de la clase dominante. De piel muy blanca y cabello oscuro, tenía una distinción que a todos extrañaba al conocer sus humildes orígenes.

Los rayos de sol hacían brillar una constelación de partículas bajo el agua. Diminutas estrellas desperdigadas en aquel universo de aguas revueltas, lanzaban al girar destellos dorados y plateados. Vi la piedra en el fondo por una especie de milagro perceptivo, puesto que era prácticamente invisible bajo el agua. Cuando salí a la superficie, tenía la impresión de que no era un objeto sólido, que se acoplaba sin inconvenientes a los límites del puño cerrado.
Soy aquel morenito escuálido que encontró la piedra. Recuerdo
perfectamente habérsela dado a Irene para que me la guardara mientras seguía con mis juegos en el agua; recuerdo también mi confusión cuando al final del día se la pedí; me aseguró que no le había dado nada y que seguramente se la habría confiado a otra persona. Es evidente que para entonces ella ya sabía, o suponía, que aquel pedruzco extraño tenía un valor que justificaba la mentira. Pasado el verano me olvidé de aquel episodio. Volvió repentinamente a mí después de treinta años, cuando
por casualidad vi una foto suya en el apartado de sociedad de un
periódico. Al principio no la reconocí, si bien algo me era familiar
en aquel rostro, pero al leer su nombre, regresó mi infancia en Sierra Leona y aquella mañana en la que desde el fondo de un arroyo, me hizo un guiño fallido la fortuna.

17 marzo, 2005

Salutaciones

¡Felicidades don Santiago!
Te perdono Ramona y me alegro.

15 marzo, 2005

Viaje al mundo

Mañana cumpliré 18 años; mis padres no han notado nada que delate mis preparativos.
No he nacido para la viña, ni para este mundo pequeño de las alquerías. Lino se viene conmigo, aunque todavía le queda un poco para tener legalmente la emancipación. Nos vamos a Génova; nos han dicho que allí, los poetas se reúnen en los cafés, y las muchachas son tan distantes como hermosas. El mundo es muy grande como para no abandonar este surco. Este ha sido nuestro universo, pero ambos sabemos de otras constelaciones más allá del ciclo de la cosecha y la maledicencia. La radio nos abrió las puertas diminutas de nuestra aldea, esas por las que los nuevos tiempos encuentran tantas dificultades para pasar. Vamos en pos del gran portal de una vida nueva, donde la tierra se ensancha y se hace mar; donde hay hombres que escriben, y otros que los leen, con los que puedes tratar. Donde nadie sabe quién fue tu padre ni quién deberás ser.

14 marzo, 2005

Uzak

Siempre he sido lejano a todo aquello que me era caro. Ha ido creciendo a mi riego, una hiedra espesa que me protege y me desasiste de todo lo profundo que se supone al afecto de los demás.
Como aquel personaje oscuro de la maravillosa película de Nuri Bilge Ceylan, tejo una telaraña diseñada para atraparme. Me lanzo entusiasta al desapego que me dará un nirvana descafeinado, a cambio de los latidos rabiosos de mi corazón.
Me alejo equidistante de quienes debería ayudar como de aquellos a los que la realidad proclama como mis únicos posibles salvadores.
Ya no fotografío puestas de sol si hay que girar la curva para hacerlo correctamente, si bien aún esquivo las primeras flores de la primavera al caminar. No todo está perdido.

12 marzo, 2005

Gregorio

Hace muchos años, en Honduras, conocí a un viejo muy extraño. Yo trabajaba de camillero en un hogar para ancianos desvalidos. Normalmente me caían fatal todos aquellos gerontes maniáticos. Pero con aquel otro, hacía una excepción. No es que no tuviera manías, las tenía a docenas, pero cuando reflexionaba sobre un tema, tuviera razón o no, podías ver un enfoque diferente a las costumbres al uso. Era para mí como disponer de un libro ajado que tuviera una idea nueva, de tan vieja. Había sido cocinero, alcohólico y monje; "en ese orden", me dijo el primer día que le vi. Lo que nunca me confió es si esas actividades fueron sucesivas o simultáneas. Mucho me temo que esto tiene algo que ver con la triquiñuela que usaron los hermanos para deshacerse de él.
En los primeros días de las revelaciones del horrendo crimen en España en el 86, "Los crímenes de la calle Arturo Soria", decía La Gaceta, cuando aquel tipo había enterrado a docenas de personas en su jardín, le consulté su opinión acerca de lo que era uno de los pocos sucesos capaz de saltar las fronteras. En nuestro caso estaba el Océano Atlántico de por medio, pero la colonia española era importante y el tema se convirtió en un evento local. Creo que el tipo no llegó a ser juzgado porque se suicidó o lo "suicidaron", el caso es que una vez más se abrió la polémica sobre la pena de muerte.
Por venir de donde venía, para mí, la cuestión estaba clara, parecía decimonónico castigar de esa forma y lo dije; Gregorio me miró y apartó la vista inmediatamente(cosa que siempre hacía cuando lanzaba un desafío).
-Pena de muerte- dijo con desprecio, y volvió al silencio desafiante.
Le solté esa tarde todas las premisas que poco a poco habían ido moldeándome, Tuve por fin la ocasión de demostrar que ya me había bajado del árbol. Mi discurso fue entre solemne y desenfadado, entre perdonavidas y definitivo; en el fondo creía haber merecido un aplauso. Por fin se desató, los trámites habían sido cumplidos y podía soltarme el suyo.
-La pena de muerte no puede ser un castigo, una vida miserable no vale lo que otra vida, ni puede matar uno a un hombre cien veces; la pena de muerte es la garantía de que, si algo así volviera a ocurrir, "todos" los personajes de la nueva tragedia serían otros.
Es una cuestión de economía, me dijo. -Con los recursos que se utilizan en castigar a un individuo irrecuperable, podrían crearse mejores condiciones para evitar que esta clase de seres prosperen.
Castigar es pensar en el problema, y suprimir, es poner un parche a la realidad, pero se parece más a la solución. A continuación, y tal como era su costumbre para acabar con las polémicas, se quedó dormido, o al menos eso me hizo creer. Esa noche hice que mi amiga del siguiente turno le llevara la cena fría, y estuve de morros con él durante una semana, pero una mañana, todo sonriente me conquistó otra vez con una historia de fantasmas en Buenos Aires.