CORTO Y CONFICCIÓN

Omar Muharib

17 febrero, 2005

Colibrí

Hay al menos dos versiones de la huída del “Colibrí” de las fuerzas del orden. Hay en algunos hechos reales , una necesidad muy grande de leyenda.
Colibrí fue un marginal que acabó siendo asesinado una noche por la policía . Cuentan que su agilidad era tan grande, que le permitió burlar a “la patota”; saltando, dicen unos, por una ventana con la que no contaron los que obstruían la puerta . Daba esta a un pasillo a la semidesnuda libertad que le esperaba. Otros cuentan que saltó por la ventana de un segundo piso, también con poca ropa, consiguiendo igual objetivo.
Fernando Pessoa dijo una vez que: “ la realidad es siempre más, o menos de lo que queremos”. Quizás por esto, las versiones de un mismo suceso , varían en función de la creatividad de sus narradores.
El Colibrí era un moreno joven y apuesto, que tenía por máxima posesión, una audacia que tanto le garantizaba el amor como el sustento. La suerte le acompañó en andanzas y redadas, pero una noche de Invierno, le cerró las puertas. Estas eran las de un club de barrio en el que se celebraba una fiesta a la que ni Colibrí, ni Sidra, que le acompañaba, estaban invitados. Habían bebido, y querían proseguir la fiesta allí donde hubiera posibilidades de ella.
Quiso el infortunio que los policías que acudieron al altercado, fueran algunos de los que se la tenían jurada; ser burlado, abre a veces, heridas que solo se cierran con el derramamiento de sangre.
Así era el mundo donde crecí, brutal y rencoroso.
Recuerdo una noche en que le di de fumar a la leyenda; nunca había probado la marihuana, y su primera reacción fue de burla, él estaba acostumbrado a otros aturdimientos; puso cara de colgado y dijo:”la luna verde”, le reímos la gracia con desgana y pensé que no hacía falta mucha inventiva para ser un mito.
El policía vino desde “la lancha” disparando al aire un revolver; el colibrí yacía en la acera con varios impactos . Hablaba con un repeto temeroso, y la borrachera se le escapaba por la sangre. La suerte le negó incluso la gracia de morir colocado. Hubo varios testigos que vieron a los policías ponerle el arma a los agresores, pero el miedo siempre fue un sabio consejero para la gente del barrio. El suburbio era regido por la policracia durante mi juventud, y mediante aquel respeto al amo, la verdad se perdió en las callejas oscuras.
Siete agujeros conté cuando vi su cadáver, pero el que más me impresionó fue el de la frente; su cuerpo estaba dividido en dos por una línea invisible , una mitad violácea, y la otra verde difunto.
Descansa en paz Colibrí, … no te has perdido nada.

01 febrero, 2005

El fin

Sintió como una poderosa garra invisible aferraba su brazo mientras tiraba de él hacia las tinieblas más profundas.
Jadeando, presa del miedo, se esforzaba en negar que esa muerte que se le antojaba inoportuna e indigna pudiera ser la suya . ¿ Cuántas preguntas habrían de quedar sin respuesta?, ¿como podía esta tragedia anónima de entrecasa, acabar con su vida, que una vez creyó eterna?
Definitivamente nada era tan desalentador como morirse intentando trucar el contador de agua; por eso optó por darle al evento una pátina de misterio, así como una trascendencia que en verdad no tiene, la muerte de ningún individuo. Con el brazo casi paralizado se apresuró en quitarse la ropa; era casi obligatorio para cualquier muerte ritual aparecer con el traje de llegada, además la manga de la camisa se había manchado con la cera para el suelo que almacenaba debajo de la pila; y no era cuestión de que algún sabueso, presa de un celo excesivo pudiera intuir lo prosaico de sus ultimas actividades. Desnudo y pálido por el terror tuvo presencia de ánimo para mirarse al espejo por última vez. Por un instante, la vaga ilusión de que su vida pudiera pasar ante él como una pelicula proyectada a la velocidad del rayo lo impulsó a cerrar los ojos. Nada ocurrió, salvo la aparición del temor a que, al tener los ojos cerrados pudiera la muerte tomar algún atajo.
Poco a poco el miedo fué dejando sitio a la curiosidad; el dolor del brazo ya no era tan agudo, quizás debido a que la resistencia había cesado y se entregaba al fin. Llenó la bañera de agua tibia y se abandonó a la dulce sensación del agua escalando por su pecho cansado.