CORTO Y CONFICCIÓN

Omar Muharib

21 septiembre, 2005

La guerra de los mundos

La tragedia de Londres tendrá consecuencias penosas; algunos acólitos entusiastas, jóvenes pasionalmente confundidos por la sinrazón, intentarán emular a ese quiste estrambótico que surgió en el seno de los británicos.
Los pueblos y las culturas se diluyen en la mayoría de los países de América, pero en Europa eso no ocurre. Aquí las naciones y las creencias se colonizan unas a otras (y siempre unas son unas y otras son otras)
América entera es territorio neutral, donde uno aporta y recibe para animar a un pueblo multicolor, regido por un Ministerio del Interior monocolor de pensamiento.
Aquí todos aspiramos a ser soberanos, a imponer con nuestro número o nuestra cuenta bancaria, el estilo de vida; no queremos construir una civilización, porque ya estaba creada. Territorios disputados ad eternum no son el mejor marco para alquimias de última hora. Parece difícil, pero es necesario que alcancemos un equilibrio, porque vamos a tener que seguir siendo vecinos cuando el espacio sea el mismo y nosotros el doble de población, gentes de distintos pueblos que sólo se unirían (espero) ante una amenaza interplanetaria. Oíd, la guerra de los mundos ha empezado.

15 septiembre, 2005

Coches

A veces pienso que me elevo sobre la ciudad y miro desde una altura enorme el desplazamiento de los miles de vehículos que, en ese hervidero en que se ha convertido Madrid, se mueven nerviosamente (unos más nerviosamente que otros). Me pregunto entonces hacia dónde va o de dónde viene cada uno. Unos conducen mientras echan cuentas pensando en la hipoteca y en el estudio de sus hijos, otros, que vienen de cometer un crimen piensan que posibilidades tienen de salir indemnes de la situación. Aquellos que se dirigen al lugar del futuro crimen también piensan en lo mismo. Desde mi imaginaria atalaya veo algunos coches que parecen latir: tun tun tun tun; son las discotecas rodantes de jóvenes y no tan jóvenes que padecerán sordera precoz cuando lleguen a mayores (si es que llegan). Veo también algunos brazos colgando fuera de la portezuela izquierda mientras imagino que con la derecha sujetan el teléfono, y me dan ganas de ofrecerles algo para leer. En ese río anónimo de la conducción son las actitudes miserables y la falta de atención las causas primigenias de la mayoría de las tragedias con olor a asfalto y gasolina.
Los hay que compiten con los demás conductores por una supremacía que no ofrece recompensa alguna, y sí castigos de lo más severos cuando el error de cálculo genera lo irreparable. Amparados en el anonimato y la posibilidad de fuga, unos son listos y valientes, otros vociferan e insultan. Todos, o casi todos, hacen que la vida parezca más fea de lo que en realidad es.

14 septiembre, 2005

Un viaje al pasado (y VII)

Hay mucha paz que vivir en este valle que ha sido descubierto por artistas e intelectuales para morar en él, entre la belleza y el sosiego; sin duda, uno de los más conocidos es el hispanista Ian Gibson, pero entre pastores y hortelanos, en estos pueblecitos que cuelgan de las sierras, encuentras músicos y profesores de universidad que sabían un secreto que yo desconocía hasta hoy. Por motivos sentimentales, he centrado mi interés en una parte del valle, pero hay muchos otros sitios que explorar; manojos de paseos entre las frondosas huertas así como pueblos que he dejado para una próxima ocasión: Dúrcal, Padul, Nigüelas, Beznar, Cozvijar o Pinos del Valle.
Volví revitalizado y morenillo a la gran ciudad, al Madrid anónimo y hospitalario que me acogiera hace 25 años, cuando comencé a cerrar el círculo que abriera hacia América, un zahorí de horizontes, un híbrido cultural de ojos garzos, llamado Luis Guerrero Carmona.

13 septiembre, 2005

Un viaje al pasado (VI)

De camino a Los Naranjos, mi hostal en Melegís, hacía cada tarde una última parada para hablar con un pastor que llevaba a sus cabras a pastar en las terrazas de verde hierba contiguas al pantano. Eramos, el uno para el otro, personajes extraños e interesantes que nos introducíamos mutuamente en mundos desconocidos, cuyos únicos puntos de intersección estaban basados en el telediario y algunos fenómenos televisivos. He disfrutado mucho de mis coloquios con este hombre sufrido y menudo, nacido al mismo tiempo que un hijo monstruoso de la historia, la guerra civil española. A través de sus sobrecogedoras historias, viajé a tiempos duros, que apenas podemos imaginarnos los que nacimos al abrigo de la paz. También me hizo reflexionar sobre el fenómeno actual de la globalización doméstica propiciado por el progreso de las telecomunicaciones; no me imagino viable, en un relato de hace veinte años, que el narrador citara una conversación con un pastor sobre política internacional o el crack financiero de Argentina.

12 septiembre, 2005

Un viaje al pasado (V)

En el bar, uno de los benjamines, que pasaba largamente la cincuentena, sugirió me dirigiera a un hombre mayor que permanecía apartado en un rincón del bar; sentado y apoyado en su bastón frente a un vaso de vino blanco, horadaba el suelo con una mirada insistente y concentrada. Creo que de alguna forma, agradeció que le rescatara de las profundidades de su pensamiento, porque se animó mucho dándome innumerables detalles de la historia del pueblo, de la incesante cadena migratoria que desde siempre había desangrado aquella hermosa y olvidada tierra. Me dió tal cantidad de datos, que no me era posible retenerlos todos, pero algunas historias me resultaron tan excitantes, tan atractivas y poéticas en su sencillez, que no soy capaz de definir donde termina su relato y donde empieza mi ensoñación sobre aquellos personajes del pasado. Me habló de un antepasado mío, una señora a la que llamaban “La princesa”, y mi imaginacíon, que con poco se arregla para disparar fuegos artificiales cuando algo la aviva, me trajo la imagen de aquella mujer de una hermosura extrema, que nadie podía dejar de reconocer; que se marchitaría como todas esas flores de ojos esquivos, que curtieron sus rostros desde siempre en este cielo bajo de Al Andalus, y que quedaría en la memoria popular, como un homenaje callado, el apodo que inmortalizaba su belleza .

11 septiembre, 2005

Un viaje al pasado (IV)

En mi paseo por el blanco y nutrido cementerio, pude observar como se trenzaban hasta el infinito, media docena de apellidos entre los que tres de los míos eran de los más recurrentes. Todas las combinaciones posibles estaban allí, sobre aquellas lápidas y nichos, albergando aquellos antiguos y oscuros muertos, longevos en su gran mayoría, acompañados por jóvenes víctimas de la tragedia insoluble de la meningitis y otras enfermedades que han perdido en nuestros días su capacidad de matar. En la explanada del cementerio, como un balcón que mira a la parte baja del pueblo donde se encuentra la iglesia del siglo XVI, conversé largamente con un señor con el que no compartía ningún apellido, pero cuyos patronímicos pertenecían al selecto grupo de los reiterativos de esa parte del valle, y quizas deba decir que, por el aspecto de las lápidas, había algo de oligarquía difusa en aquella combinación de nombres. Este era uno de los pocos hombres que hablaba pausadamente y en voz baja, tal vez este detalle me haya sugerido también la idea de alcurnia. De manera casual, mi interlocutor me fué derivando a la charla con otros hombres, todos rondando en un sentido y otro los ochenta años, que se incorporaban poco a poco a aquella reunión que supongo diaria.

09 septiembre, 2005

Un viaje al pasado (III)

Los viejos comienzan a aventurarse antes de que el sol se eleve sobre la sierra; forman pequeños grupos en lugares predeterminados donde hablan de riegos, frutales, y recuerdan sus tiempos de emigrantes en la industriosa Alemania o en la altanera Francia, de donde se trajeron la posibilidad de un confort premeditado, de un futuro sin temores ni tropiezos, al tiempo que se alejaban del desprecio más o menos educado de sus anfitriones.
Después de la faena en las huertas, de las charlas en las esquinas sombreadas, rematan la mañana en un bar de aspecto minimalista donde la bebida más exótica es la Fanta. En este bar, (o quizás debiera decir “el bar”), ya que no hay otro en Chite,
resulta muy sencillo entablar conversación con estos hombres que hablan alto pero no muy claro a oídos del forastero de la ciudad. En apariencia abiertos, guardan siempre un punto de desconfianza ante el extraño. Ante mis preguntas, va poco a poco destilándose el hecho de que sus nombres, y los cuatro que configuraban las identidades de mis bisabuelos: Ana Fernández Robles y Luis Guerrero Carmona coinciden siempre en, al menos un apellido, pero descartan la posibilidad del parentesco aunque sea remoto.

08 septiembre, 2005

Un viaje al pasado (II)

Las callejas empinadas hacen rodar el silencio al nivel del suelo, en tanto las alturas se pueblan del canto persistente de los abejarucos. Casi no se ve a nadie en las huertas, es como si todo este vergel hubiera surgido por generación espontánea, como obra perfecta que no necesitara el concurso del hombre. Y, sin embargo, cuanto dolor se ha cobrado esta tierra de moriscos; cuanto esfuerzo y cuanta inteligencia que los hombres se arrebataran unos a otros a fuerza de intolerancia y codicia. Tierra de viejos taciturnos que miran a la nada, a ese pasado que, recién ahora, se les antoja valioso.
Una nueva invasión les aflige, sin estridencias, el tramo final de su vida; ya no es la contienda de cristianos viejos y musulmanes, de rojos contra nacionales; la globalización ha parido un ejército de ingleses que, a fuerza de talonario, se han abierto camino a esta tierra de azahar, sin derramar una gota de sangre, pero tampoco de sudor.

07 septiembre, 2005

Un viaje al pasado (I)

El céfiro huele a naranjas; los designios de la economía han tapizado el suelo de un manto anaranjado que preña el aire porque no es rentable recoger la cosecha. Una calina ubicua vela los puntos lejanos del valle, mientras el agua cristalina bulle por las entrañas artificiales de la tierra fecunda. Las venas abiertas del suelo han sido domadas por los pobladores del valle siglo a siglo, maquillando la belleza atolondrada de la naturaleza, convirtiendo los accidentes geográficos en aperos monumentales en pos de la economía del esfuerzo y el aprovechamiento de los recursos. El resultado es un Edén que conjuga la belleza natural y la riqueza inteligente fruto de la capacidad creativa para el progreso sosegado de dos civilizaciones, cercanas y enfrentadas por la elección de su guía espiritual en un momento dado. Estas percepciones me dan la bienvenida a la tierra de mi bisabuelo, al Valle de Lecrín, al pié de la Sierra Nevada.