08 septiembre, 2005

Un viaje al pasado (II)

Las callejas empinadas hacen rodar el silencio al nivel del suelo, en tanto las alturas se pueblan del canto persistente de los abejarucos. Casi no se ve a nadie en las huertas, es como si todo este vergel hubiera surgido por generación espontánea, como obra perfecta que no necesitara el concurso del hombre. Y, sin embargo, cuanto dolor se ha cobrado esta tierra de moriscos; cuanto esfuerzo y cuanta inteligencia que los hombres se arrebataran unos a otros a fuerza de intolerancia y codicia. Tierra de viejos taciturnos que miran a la nada, a ese pasado que, recién ahora, se les antoja valioso.
Una nueva invasión les aflige, sin estridencias, el tramo final de su vida; ya no es la contienda de cristianos viejos y musulmanes, de rojos contra nacionales; la globalización ha parido un ejército de ingleses que, a fuerza de talonario, se han abierto camino a esta tierra de azahar, sin derramar una gota de sangre, pero tampoco de sudor.