30 agosto, 2005

Barbecho

Aquel verano fue casi prodigioso; me enfrasqué en una historia de amor múltiple, que se diluyó en todos sus frentes en un lapso minúsculo como creí mi fortuna. Puedes perder cualquier campeonato, si no estás puesto hasta el final en lo que haces; o será que el piloto automático llega hasta esos extremos. ¡Dios mío! cuántos besos me perdí aquel estío luminoso, cuantas miradas ahítas de señales. Podría describir hasta el último lumen del brillo en los ojos que no llegué a ver en aquellas mujeres de diferentes confines y culturas. ¡Ah seductor fracasado!, deberías admitir que era un brillo especial, el brillo sensual de esos encuentros promisorios que planeabas. Nadie puede osar siquiera imaginarse una resistencia efectiva contra esos destellos que iluminan tus ansias. Cantos de sirena en las sombras de una habitación con reverberación de deseo. Sutil el sonido de una mano deslizándose por tu espalda, captada toda su energía por la piel, que ronronea su embriaguez, y tensa nuestros músculos para la batalla. Perdí paraísos efímeros, un par de entradas de teatro y la posibilidad de poner en práctica mis ajadas dotes de seductor. Pero escuché el canto de los pájaros, siempre que quise, y me estiré en la cama como sólo un hombre solo puede hacer.