Hoy toca luna
A. me recordó que esta noche habría una luna especial; seguramente habré visto muchas de esas, es una de las pocas ventajas de tener 80 años. Lo especial consiste en que esta vez lo anunciaron por radio y TV y ya sabéis que proclives somos a disfrutar las cosas simples cuando los medios nos lo sugieren. Además lo adornaron con cifras de impresionante precisión astronómica. Uno se siente más sabio, y más del rebaño cuando puede hablar de esto. Siempre quise pertenecer a algo.
Salí con mis prismáticos entre dos luces (cuando un venerable anciano calcula que es tiempo de satélites), ¡vaya timo!
Sentado en un banco de la plaza escuché a mujeres de mi edad hablando de muertes y enfermedades; ví, aburrido, evolucionar enloquecidamente una cuadrilla de murciélagos ordeñando el cielo sin luna. Terminé preguntándome porqué no averigüé el horario, o cuando empezaría yo a hablar como las señoras: Laroxetina, Muzalpan y Tanatorio, palabras musicales que sin embargo rinden vasallaje a historias luctuosas. Recordé como en la antigüedad existía un derecho de los señores a recibir tributo de los muertos, en forma de alhaja u otro bien. Ni al morir nos librábamos. Algo hemos mejorado, nuestra servidumbre se ha dulcificado y ahora pagamos todo en vida; y hasta en veintidós de Junio nos invitan a ver la luna. En todo esto pensé, pero me terminó por dar hambre y subí a cenar, y a enterarme por el telediario, qué hay que hacer mañana.
Salí con mis prismáticos entre dos luces (cuando un venerable anciano calcula que es tiempo de satélites), ¡vaya timo!
Sentado en un banco de la plaza escuché a mujeres de mi edad hablando de muertes y enfermedades; ví, aburrido, evolucionar enloquecidamente una cuadrilla de murciélagos ordeñando el cielo sin luna. Terminé preguntándome porqué no averigüé el horario, o cuando empezaría yo a hablar como las señoras: Laroxetina, Muzalpan y Tanatorio, palabras musicales que sin embargo rinden vasallaje a historias luctuosas. Recordé como en la antigüedad existía un derecho de los señores a recibir tributo de los muertos, en forma de alhaja u otro bien. Ni al morir nos librábamos. Algo hemos mejorado, nuestra servidumbre se ha dulcificado y ahora pagamos todo en vida; y hasta en veintidós de Junio nos invitan a ver la luna. En todo esto pensé, pero me terminó por dar hambre y subí a cenar, y a enterarme por el telediario, qué hay que hacer mañana.
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