28 abril, 2005

El número 5

El número 5 era el favorito de mi madre, de ella lo heredé junto a sus ojos marrones y un nihilismo construído con esmero.
Mi madre creció junto a cinco voluntades, y compartió su casa adulta con cinco otras que, como en el primer caso, fueron desperdigándose a fuerza de adioses y crecimiento.
La casa que le dio el gobierno, para que protegiera a sus cachorros, tenía el número “5”, aunque por motivos meramente catastrales terminara siendo el “3”.
He alimentado esa vocación suya de agradecimiento a este dígito intermedio aunque , la verdad, a mí nunca me pasó nada especial con él, si descontamos que era una de esas cinco voluntades ajenas a la suya que creció en el departamento número cinco de un barrio obrero en los límites de la ciudad.
He intentado hacer valer su condición de cifra cabalística en todos los juegos de azar que se me pusieron delante, pero nunca hubo suerte;…quizas su promesa resida en estos racimos de dedos que me llevan por el mundo y me permiten manipularlo con la escasa destreza que me caracteriza. En eso somos diferentes, mi madre moldeaba un mundo complicado; lavaba la ropa con la cara y las manos enrojecidas, cocinaba milagros y dirigía la nave con tal firmeza, que daba la impresión de ser un personaje de la historia, perdido en un suburbio al que intentaría redimir.
Yo escribo con mis cinco dedos (tres de una mano y dos de otra) las historias que son mi única fortuna, las que ocurrieron y las que me invento, para poder sobrellevar los próximos cinco lustros. Buenas noches.