12 abril, 2005

Un fantasma en Zingarella

Según me contó Gregorio, siempre fué este lugar una especie de imán para los acontecimientos desacostumbrados. El que a una mesa en la que, media docena de hombres enfrascados en una discusión bizantina, compareciera un espectro, interrumpiera la conversación con un desparpajo más propio de los vivos, y comenzara un parlamento al estilo de un alcohólico anónimo, no le llamaría yo normal.
-"Buenas noches señores, me llamo Omar Manuel Michelon, nací el 14 de Junio de 1923 y abandoné este mundo debido a un lamentable error médico el 8 de Marzo de 1947."
Hay varias versiones de este discurso introductorio, tantas como componentes de la tertulia aquella noche de Verano. Según las diferentes personalidades y/o percepciones de los poetas, Omar había sido: tímido o audaz, educadísimo o un bárbaro. En cualquier caso, resultaba evidente que todos habían sido seducidos por este joven fantasma que, nadie sabe bien con que objeto, se había presentado allí aquella noche, y había soltado tres o cuatro frases que garantizarían los debates durante meses. Dijo tener trato con Giácomo Leopardi, Fernando Pessoa, Césare Pavese y Sócrates. Nadie le creyó lo del último inmortal, no se sabe muy bien si porque no conocía la historia de la cicuta o porque dijo en un momento algo acerca de "los escritos" de Sócrates sobre religión. Hubo miraditas socarronas y alguien cambió de conversación en actitud benevolente diciendo:
-Me temo que no hablamos del mismo hombre.
Y así era, pero eso no pudo remediar que algunos dudaran de su sinceridad. En cambio, nadie dudó nunca de su condición de ser sobrenatural, no porque hiciera algo espectacular, como levitar o desvanecerse en el aire, sino porque dijo que perdonaba al que había robado los dientes de oro a su cadáver; y eso no lo haría ningún muerto al uso; además, consiguió en la escasa hora que allí estuvo, que Don Chicho, el dueño del local, le sonriera dos veces y le invitara una (lo que ya estaba bien) a Lambrusco bien frío.
Era sobre todo la expresión de las manos lo que al parecer había impresionado más a los concurrentes. Todos se habían fijado en la extraordinaria relajación y la riqueza de gestos, sin aspavientos de sus manos. Nadie se explicaba cómo podían comprender los razonamientos más complicados a traves de la parquedad de las palabras de Omar y adjudicaban al movimiento leve de sus manos la claridad de sus explicaciones y comentarios. Su sonrisa, también disfrutaba de esta característica didáctica; escuchaba con una media sonrisa que incluía las preguntas que quería hacer a sus interlocutores cuando no entendía alguna cosa, casi siempre referente a hechos actuales de los que al parecer no tenía mucha idea. Un hoyito que se formaba en su mejilla derecha le daba un aspecto simpático y entrañable, y un brillo intenso en sus ojos se escapaba por la hendidura mínima de sus párpados y la profusión de pestañas que los remataban. Nadie tampoco se puso nunca de acuerdo sobre el color de sus ojos; cada uno le adjudicó el color por el que más predilección sentía, así, Omar tenía ojos de carbón, de un verde intenso, dorados, y de un azul tranquilizador.
Granda recordaba un sueño que había tenido, uno de esos cargados de revelaciones que no somos capaces de pormenorizar luego, verdades trascendentales, imposibles de poner en palabras que le transmitía un negro gordo y bonachón que se llamaba Obamba a traves de su sonrisa, mientras remaba en su pequeña barca para atravesar un lago sereno con Granda como único pasajero. Había despertado con la sensación de haber oído las verdades fundamentales de la existencia, y con la trágica, insufrible certeza de no poder recordarlas. Alguien le había explicado que algunas descargas químicas durante el sueño, daban al cerebro un placer liberador que cada uno relacionaba con sus íntimas preocupaciones y daba así por descontado, que había tenido acceso al nudo esencial, al filamento invisible que unía y explicaba la vida de todos los seres. Claro que otras veces, soñaba que se tiraba a una negra gorda con unas tetas enormes y no necesitaba explicaciones suplementarias. En cualquier caso, veía una relación soterrada entre aquel sueño y la visita de aquel joven eterno, con pinta de foto en blanco y negro y ademán sosegado.
Sobre todo, el paralelismo con el sueño estribaba en que, así como no recordaba el final del sueño, no era capaz, como nadie lo era, de decir en qué momento se había marchado Omar, y cuales habían sido sus palabras de despedida (si es que las hubo). ¿Como podía ser posible que ante el embrujo colectivo que su presencia había causado, su marcha hubiera pasado inadvertida para todos?. Vallejos aseguraba que alguien le había llamado desde el otro lado de la cristalera del Restaurante y que había salido sólo un momento, Giurastante que tras hablar con Don Chicho un par de minutos en la barra no le encontró al volver, Granda maldecía la esclavitud a su próstata y Pérez Ureña no tenía explicación puesto que no se había movido de la mesa al igual que Andrés Morales y uno de los hermanos Collar. El caso es que había desaparecido sin más, dejando una pequeña piedra sobre la mesa, un guijarro con el que había estado jugueteando y al que miraba con mucha atención momentos antes de abandonar la mesa inadvertidamente.
-Menos mal que no tomó más que el Lambrusco de Don Chicho, reflexionó Granda, sino hubiéramos pensado que era un vivillo que nos contaba un cuento para consumir a nuestra costa.
- No, nadie habría pensado eso y mucho me extraña que diga Ud. semejante cosa- dijo Don Chicho que había aparecido por detrás de Granda con vasos extra y más Lambrusco con la insólita intención de invitarlos . -El joven se despidió de mí y me encargó que les sirviera una ronda a su salud - dijo mientras Giurastante inclinaba la cabeza, fruncía el ceño y remataba el gesto con una ligera elevación de las pobladas cejas y un fugaz encogimiento de hombros.
-Además lo dejó pagado- dijo mientras recogía la piedrita que lanzó un par de veces levemente para recogerla en su palma y marcharse sin más tras cerrar el puño con el tesoro en él.