07 septiembre, 2005

Un viaje al pasado (I)

El céfiro huele a naranjas; los designios de la economía han tapizado el suelo de un manto anaranjado que preña el aire porque no es rentable recoger la cosecha. Una calina ubicua vela los puntos lejanos del valle, mientras el agua cristalina bulle por las entrañas artificiales de la tierra fecunda. Las venas abiertas del suelo han sido domadas por los pobladores del valle siglo a siglo, maquillando la belleza atolondrada de la naturaleza, convirtiendo los accidentes geográficos en aperos monumentales en pos de la economía del esfuerzo y el aprovechamiento de los recursos. El resultado es un Edén que conjuga la belleza natural y la riqueza inteligente fruto de la capacidad creativa para el progreso sosegado de dos civilizaciones, cercanas y enfrentadas por la elección de su guía espiritual en un momento dado. Estas percepciones me dan la bienvenida a la tierra de mi bisabuelo, al Valle de Lecrín, al pié de la Sierra Nevada.