21 septiembre, 2005

La guerra de los mundos

La tragedia de Londres tendrá consecuencias penosas; algunos acólitos entusiastas, jóvenes pasionalmente confundidos por la sinrazón, intentarán emular a ese quiste estrambótico que surgió en el seno de los británicos.
Los pueblos y las culturas se diluyen en la mayoría de los países de América, pero en Europa eso no ocurre. Aquí las naciones y las creencias se colonizan unas a otras (y siempre unas son unas y otras son otras)
América entera es territorio neutral, donde uno aporta y recibe para animar a un pueblo multicolor, regido por un Ministerio del Interior monocolor de pensamiento.
Aquí todos aspiramos a ser soberanos, a imponer con nuestro número o nuestra cuenta bancaria, el estilo de vida; no queremos construir una civilización, porque ya estaba creada. Territorios disputados ad eternum no son el mejor marco para alquimias de última hora. Parece difícil, pero es necesario que alcancemos un equilibrio, porque vamos a tener que seguir siendo vecinos cuando el espacio sea el mismo y nosotros el doble de población, gentes de distintos pueblos que sólo se unirían (espero) ante una amenaza interplanetaria. Oíd, la guerra de los mundos ha empezado.