09 septiembre, 2005

Un viaje al pasado (III)

Los viejos comienzan a aventurarse antes de que el sol se eleve sobre la sierra; forman pequeños grupos en lugares predeterminados donde hablan de riegos, frutales, y recuerdan sus tiempos de emigrantes en la industriosa Alemania o en la altanera Francia, de donde se trajeron la posibilidad de un confort premeditado, de un futuro sin temores ni tropiezos, al tiempo que se alejaban del desprecio más o menos educado de sus anfitriones.
Después de la faena en las huertas, de las charlas en las esquinas sombreadas, rematan la mañana en un bar de aspecto minimalista donde la bebida más exótica es la Fanta. En este bar, (o quizás debiera decir “el bar”), ya que no hay otro en Chite,
resulta muy sencillo entablar conversación con estos hombres que hablan alto pero no muy claro a oídos del forastero de la ciudad. En apariencia abiertos, guardan siempre un punto de desconfianza ante el extraño. Ante mis preguntas, va poco a poco destilándose el hecho de que sus nombres, y los cuatro que configuraban las identidades de mis bisabuelos: Ana Fernández Robles y Luis Guerrero Carmona coinciden siempre en, al menos un apellido, pero descartan la posibilidad del parentesco aunque sea remoto.