22 noviembre, 2005

El perrito

Miro mis manos arrugadas y me digo que el tiempo no ha pasado en vano, que podría haber sido peor, pero que ya está suficientemente mal.
Casi ochenta veces ha dado la tierra la vuelta al sol desde aquel día . Nada ha cambiado desde entonces. Aquel perrito que no se ha borrado de mi memoria, me sigue mirando desde su azoramiento, desde su no entender porqué .
Crecí apartado de los líderes y de los fuertes, postergado de las grandes decisiones así como de los secretos impíos de los más audaces; quizás por eso, un gran mundo de sueños vengadores fue creciendo hacia el interior de mi vida. Nunca ha dejado de hacerlo. Por eso ha terminado ocupando casi todo el espacio disponible y no ha dejado sitio para las actividades concretas. Algún día, un grupo de preclaros científicos podrá explicar con números y cadenas de ADN toda esta maraña de sinsabores y derrotas de entrecasa, dirá que hay una saga universal de náufragos soñadores, de perdedores natos, debido a una distracción de la selección natural.
El perrito se alejaba confuso, girando su cabeza cada tanto, no sabiendo porqué los niños que una hora antes lo habían acogido joviales, le arrojaban esas torpes y desafinadas piedras. Ajeno a la sinrazón y a la razón, Capitán atravesaba el mundo en busca de un lugar donde dormir su confusión. El no sabía que de entre aquellos niños palurdos había uno que por alguna razón oscura, le había atribuido no sé que enfermedad, lo que llevó al resto del rebaño a reaccionar de aquella manera tristemente hostil. Yo te digo perrito, que no creí aquel fútil argumento pero que no podía oponerme por falta de fuerza física y espiritual al pergeñador de la intriga ; y que las piedras que voluntariamente te pasaban tan lejos, eran las mías.
Las golondrinas pasaban raudas por la misma esquina donde Gimenez jugó un día con barro limpio y yo me quedé maldiciendo mi debilidad, tenía 8 años. No sabía que aquel episodio iba a pesarme todavía más de setenta años despues; y lo que es peor, que inauguraba una serie pocas veces interrumpida de vacilaciones y flaquezas que finalmente, me alejaron de cualquier grupo humano . Incapaz de enfrentarme a los fuertes o de abusar de los débiles, me fuí huyendo hacia un paisaje interior donde las historias eran construidas con ladrillos amables, donde las muchachas eran capaces de ver, y apreciar, el alma de los chicos tristes, y despreciar las bravatas y la gallardía de los triunfadores. Por el camino, algunas almas suaves y arrinconadas como la mía, animaron y hasta alimentaron mis desvaríos con una pretendida comprensión y aprecio; otras me declararon una guerra abierta de desprecio, pero mis oídos del espíritu no podían sintonizar aquellas frecuencias prosaicas y malsonantes.