15 octubre, 2005

Enfermedad

Anoche estuve en el Infierno, lo atravesé en un sueño en el que me veía involucrado con un tipo de personas a las que evito y repudio habitualmente. No sé porqué causa, debía yo aparentar que era como ellos, o peor. Durante aquel viaje que me pareció largo (una especie de superproducción de la mente dormida, fuí brutal y valiente, mientras sabía que no podía equivocarme con esa gente, y un temor, que debía ser invisible, me guiaba.
Creo que estas convulsiones de la psique se deben a que me han detectado un mal incurable.
Ya me lo veía venir cuando la enfermera me preguntó acerca de mi familia; creerán que uno no puede superar solo el conocimiento de su muerte próxima. He vivido mucho, y mis huesos están cansados, tuve un trapicheo con la muerte y eludí incluso al demonio tras pactar con él, al menos eso siempre creí. Quizás sea hora de marchar en paz; se ha hecho lo que se ha podido.
La enfermera es guapa, y tiene una de esas personalidades sólidas y encantadoras; me gustaría a veces tener cincuenta años menos, para poder gustarle como ella me gusta. El médico en cambio, es un tipo inquietante; siempre con gafas oscuras, no es posible ver sus ojos. Se llama Guerrero, como mi bisabuelo, y cuando se lo comenté una vez, hizo una media sonrisa que me heló la sangre. Lleva siempre un gorro de esos de cirujano encasquetado en su cabeza casi completamente. El nombre no lo sé porque en el cartel de su consulta dice sólo: L.Guerrero. Me recuerda a alguien de mis años mozos, pero no sabría decir a quién. En fin, qué más da. Espero que se avenga a proporcionarme toda la morfina que necesite (se acepta algo más) si las cosas se ponen feas; no quiero más de él en estas circunstancias. Ya estuve en el Infierno, ahora me aguarda el cielo, eso espero al menos, no tanto porque crea que sea mejor, es sólo cuestión de curiosidad. Buenas noches.