CORTO Y CONFICCIÓN

Omar Muharib

27 diciembre, 2005

La muerte de Omar Muharib

Es evidente que este hombre nunca cumplió sus promesas; sé que quería irse ayer, porque lo tenía todo preparado para cuando su hija se hubiera marchado. La verdad es que aguantó mucho, porque le produje con mis intervenciones, unos dolores que a cualquier otro, le hubieran hecho decidirse antes. No tenía nada que amenazara su salud, y me asombra que no se hubiera dado cuenta que su malestar y verdadera tragedia, comenzó con mi tratamiento. Su ingenuidad era tal que me pidió ayuda para llevar a cabo su determinación. No le dije que no nos está permitido participar en la muerte de los seres, que sólo podemos inducirles a ella. Mi discurso de la ética médica hará reir por siglos a mis colegas. Me limité a dejarle a la mano una buena cantidad de barbitúricos. Cuando entré a verle esta mañana lo vi muy relajado, con una leve sonrisa de satisfacción en sus ojos. Me acerqué y le besé en los labios.
- Gracias Norma- me dijo- es una pena que no podamos repetir..
- Soy el doctor Guerrero- le dije con su voz. Su sonrisa se enturbió, e intentaba mover la cabeza para aclarar su visión difusa; no podía permitir que se marchara en un carro de triunfo.
- Con lo que ha tragado vivirá apenas unos minutos, y podría haberlo hecho durante más tiempo; se le quedan muchas cosas por hacer amigo mío, le dije con mi voz.
-¿Porqué lo ha hecho?- me preguntó intentando parecer sereno y valiente.
_Las promesas deben cumplirse, y por fin lo he encontrado para que saldara su deuda; yo cumplí mi palabra y Ud. me quedó a deber unas luciérnagas hace demasiado tiempo como para suponer que tenía intención de dármelas.
Si quisiérais saber de él, buscadlo en: Infierno S.A.

26 diciembre, 2005

Salutaciones II

Feliz cumpleaños Incondicional. Buenas noches.

20 diciembre, 2005

Luciérnagas en Navidad

Ha venido a mí en la noche difusa, aquella otra lejana en la que maté a un hombre.
Nunca supe porqué lo hice, y a no ser por el silencio de aquel tipo que me vió hacerlo, mi vida habría sido bien diferente.
Habíamos bebido, y nuestro coche había sufrido un pinchazo mientras buscábamos un bar abierto en la isla de Santa Catarina.
João (así me dijo que se llamaba) levantó el "Fusca" con un gato para cambiar el neumático, y de borracho que estaba, dejó caer dos tuercas que rodaron, debido a la implacable ley de Murphy, hacia la parte más inaccesible debajo del vehículo. Se arrastró jurando con el torturante cigarro en su boca, y yo le di una patada al enclenque artefacto al que había confiado su vida.
Lo peor de todo es que no sentía miedo en esa noche de embriaguez con desconocidos.
No podían relacionarlo conmigo, lo había conocido un par de horas atrás a la salida de un bar de copas; llevaba en el maletero, todos los ingredientes para preparar el nocivo brebaje de los caipiras. Venía de Porto Alegre para recoger el coche debajo del cual perdió vida y recuerdos.
- Hizo Ud. bien - escuché a mis espaldas-, los gaúchos no son buena gente, matan luciérnagas para decorar el árbol de navidad.
Me fui con él y continuamos bebiendo en garitos increíbles hasta el mediodía siguiente; era un tipo raro, pero con una cualidad brutal para la diversión. Me invitó a mujeres y pagó todas las copas; me aseguró que no diría nada y me pidió a cambio que saliera durante la noche para cazar luciérnagas y se las llevara la noche siguiente a su hotel en Florianópolis.
No sé si fue miedo a aquel tipejo o a una necesidad imperiosa de alejarme del lugar en que conviven las luciérnagas y la Navidad, la cuestión es que esa noche volví a Buenos Aires, y de allí a Madrid.

09 diciembre, 2005

Encrucijada

Soñé que atravesaba un túnel, yo le llamaría el túnel de las apariencias; mientras avanzaba en aquella cavidad, me parecía reconocer figuras que luego no eran tales. En un momento la cueva se bifurcaba; un ramal era un hueco del que salía una luz brillante, el otro, solo un silueta oscura en la que apenas podía verse a una mujer en la bocamina. Si mantenía la vista en la iluminada galería, entrecerrando los ojos, estaba también la mujer. Las dos eran Clara; pude reconocer su gesto apesadumbrado, pero aparté la vista, la luz era cegadora. Creo que por eso escogí ir por la entrada oscura, en la que no podia ver su rostro; quizás, allí, estuviera sonriendo.