CORTO Y CONFICCIÓN

Omar Muharib

29 noviembre, 2004

Otro

Como el agua del río, que nunca es la misma, así transcurre mi vida, aunque dé la apariencia de ser rutinaria. Aunque todo pretenda ser lo mismo, yo no lo soy. A cada instante que me alejo de mis recuerdos más queridos, me convierto en un extraño para el pasado. La pregunta es si yo, necesariamente, debo formar un todo con aquel que fuí. Cada día es un reto nuevo, y no siempre nos valen las herramientas con las que hemos sido diestros. Nos vemos entonces puestos a la tarea de modelar y modular lo que antes era solo el devenir; porque somos otro. Extranjeros del entusiasmo continuado, siquiera somos capaces de dormir con los dos ojos a un tiempo, mientras las prácticas mecánicas de lo obligatorio eclipsan el afán creador y el altruismo.
Uno de los encantos de ser adulto es no tener que soportar un corro de mujeres que declaman alabando tu belleza (aunque no la tengas) o tu brillante ejecución del crecimiento mientras te pellizcan el cachete insensibles a tu embarazo evidente. Ahora es el jubilado del octavo el que, al menos sin catarnos los mofletes, nos dice lo jóvenes que somos para dar pie a una exposición de sus cualidades de entonces, cuando tenía nuestra edad; lo bueno es que ahora podemos argüir la prisa para abreviar el encuentro. Quizás me convierta mañana en un individuo diferente, un nuevo distinto, un mutante que chapotea en las aguas sagradas que van a dar al mar y acecha conversaciones con el semidesconocido del 1º C para sentirse fluir. Después, la gran diferencia, de la que nadie ha vuelto para asegurar que sea la última.

27 noviembre, 2004

Mañanas

Camino por la mañana sin rumbo claro; me gustan las calles vacías, desperezándose de las sombras. Busco las vías que me permitan andar al sol, cosa complicada en las ciudades si tienes itinerario marcado. Vagabundeo arrastrando fantasías y manías, surtiendo a mi cerebro, ahíto de cafeína, de un marco movedizo en que ubicar los mismos pensamientos que se suceden, una y otra vez. Mis preocupaciones son en realidad pocas, solo que sus frentes se multiplican en episodios diversos. El futuro y las cuestiones atribuídas a la víscera músculo son las estrellas de mis devaneos móviles por el hormiguero latente del Madrid temprano. Del futuro pretendo hablar cuando se disipe un poco la niebla, pero del corazón, puedo decir que me ocupan practicamente las mismas insensateces de siempre, solo que he aprendido la cautela.
El amor vive en los extremos, y me he acostumbrado a la equidistancia del placer y el dolor, a vagar por la vereda estrecha con la que vadear las grandes avenidas de la pasión, porque en el fondo, como decía un gran escritor, que por una vez no mencionaré, "el mismo amor que nos tienen nos oprime". Por eso camino a veces pensando en ello muy temprano, porque pronto, deliciosas criaturas comenzarán a desfilar por las aceras, y así no hay quien piense.

26 noviembre, 2004

Música

Hoy leyendo al Bukowski del tramo final me enteré de que escribía también con un Macintosh, que escapaba de las reuniones sociales y acababa algunas de sus entregas dando las buenas noches. No nos parecemos en nada, salvo quizás cuando dijo que:"... lo mejor es estar solo, aunque no del todo"; me resultó al menos llamativo que dos caminos tan dispares llevaran al mismo sitio. Quizás nuestro único nexo permanente fuera la música, aunque no me queda claro si la oía al mismo tiempo que escribía.
La mayor parte de las veces no puedo escribir sin música, es más, recuerdo ocasiones en que escribí al dictado de una canción las primeras frases; pero cuando la historia ha nacido, me da igual lo que suene; la única música que puedo oir entonces es la de las palabras, que un tipo dentro de mí dirije con una batuta que nunca puedo asir voluntariamente. Me entusiasmo entonces y trato de teclear al ritmo de sus indicaciones; y disfruto, gozo con algunas de sus ocurrencias rogando que se quede un poco más, creando alguna de esas melodías que usurparé para airear ante el mundo que me creo a mi medida, para atraer la atención de aquellos a quienes admiro o simplemente quiero.

24 noviembre, 2004

Deidad

Los dioses se han acostumbrado a que los hombres se acerquen a ellos a pedirles dádivas, por eso no se apiadan. Los dioses son seres contrariados a veces, y se irritan cuando les importunamos con nuestras intromisiones en busca de favores. Sé esto porque yo también soy un dios, el ser supremo del pequeño mundo que habita y tutela; soy un júpiter de jardín, que con su clemencia intermitente, protege o aniquila a los bichos de su reino anónimo.
No se necesita un talento especial para el ejercicio de la supremacía cuando tus sectarios son débiles, se puede ser injusto o magnánimo en cualquier edén en miniatura, sin que trascienda a otros olimpos más comprometidos con la justicia divina al uso o el Código civil; en cualquier caso nuestras víctimas aceptaran nuestros designios con el sólido argumento de nuestra insondabilidad. En realidad se nos teme; y así vamos todos, adorados solo por nosotros mismos; y adorando a quienes debemos, por esa razón siempre oscura, un ciego vasallaje. Siempre hay un dios detrás de la frontera de lo que no podemos entender, y estos niveles de percepción confusos, se hallan, no más allá de las estrellas, sino en las simas oscuras de nuestras almas temerosas de saberse sin protección o guía.
Los dioses están solos, porque en la cima no hay más lugar que para uno, igual que en el último escalon del Averno, o en las noches desesperadas de cada uno de nosotros.

11 noviembre, 2004

Cicatrices

No se sale indemne de los sueños. Estas extravagantes ficciones involuntarias tienen el poder de lastrar la realidad de la vigilia con invenciones premonitorias o gratuitas; también de otorgar treguas a lo inevitable o de dulcificar la pesadumbre, postergando hasta el resurgir confuso y caliente del despertar, la desilusión de haber asistido, meramente, a la puesta en escena de nuestros deseos huérfanos de otras posibilidades.
Hay amores tan profundos en lo onírico, que desvirtúan el valor de los terrenales, o al menos, ponen muros insalvables en las fronteras de la realidad y nuestros anhelos.
Mientras despertamos, vamos despojándonos de los vestigios arrastrados de ese otro mundo, en el que a veces acontecen prodigios pasajeros; e intentamos aferrarnos vanamente a los restos del naufragio, a volver al lado oscuro para recuperar parte de sus tesoros idos para siempre. Intentamos dormir nuevamente, sintonizando, con un dial cándido e imaginario nuestro último paseo por fantasías amables. Nunca lo he conseguido, y he girado impaciente en mi cama apelando a la posibilidad remota de que una misma postura, invoque al milagro de la repetición. Abandono el intento con cicatrices invisibles, que escuecen desechando la dulce esperanza de retener la única magia accesible a todos; y me entrego al destino, al dentífrico y al consuelo, de que mi sed, habrá de concederme una nueva oportunidad para esta noche.