27 noviembre, 2004

Mañanas

Camino por la mañana sin rumbo claro; me gustan las calles vacías, desperezándose de las sombras. Busco las vías que me permitan andar al sol, cosa complicada en las ciudades si tienes itinerario marcado. Vagabundeo arrastrando fantasías y manías, surtiendo a mi cerebro, ahíto de cafeína, de un marco movedizo en que ubicar los mismos pensamientos que se suceden, una y otra vez. Mis preocupaciones son en realidad pocas, solo que sus frentes se multiplican en episodios diversos. El futuro y las cuestiones atribuídas a la víscera músculo son las estrellas de mis devaneos móviles por el hormiguero latente del Madrid temprano. Del futuro pretendo hablar cuando se disipe un poco la niebla, pero del corazón, puedo decir que me ocupan practicamente las mismas insensateces de siempre, solo que he aprendido la cautela.
El amor vive en los extremos, y me he acostumbrado a la equidistancia del placer y el dolor, a vagar por la vereda estrecha con la que vadear las grandes avenidas de la pasión, porque en el fondo, como decía un gran escritor, que por una vez no mencionaré, "el mismo amor que nos tienen nos oprime". Por eso camino a veces pensando en ello muy temprano, porque pronto, deliciosas criaturas comenzarán a desfilar por las aceras, y así no hay quien piense.