04 octubre, 2004

El guiso

Armento tenía los rasgos muy grandes para ser niño, cabello ensortijado y un desaliño tosco como su aspecto general, pero era un noblote del que no cabía esperar puñaladas traperas ni intrigas de ninguna clase. Sin duda el aspecto más negativo y desagradable del contacto con aquel niño con manos de hombre era su mal aliento . Nunca antes ni después conocí a alguien con aquel olor tan particular en la boca, olía a guiso, a ninguno en particular, simplemente a guiso, y yo sufría su apego a la vez que su proximidad en el aula (se sentaba justo detrás de mí). Tenía además una de esas voces gruesas, inasequibles al tono del secreto o la confidencia , o sea, que era siempre muy evidente cuando hablaba pero con el agravante de la vaharada que empujaba el murmullo zumbón que Armento entendía como discreción o sigilo . Por lo tanto, castigos y reprimendas en exámenes eran para él y para mí frecuentes, pero me garantizaban un buen rato libre de aquel efluvio torturante.