18 septiembre, 2004

Sopa de Bambú

Siento como lentamente, el vacío se va instalando en mí; reconozco que por una vez lo he buscado. He tenido temor de sentirme bien y sentir la caída inevitable como una tragedia; he huído cobardemente de la posibilidad de seguir creyéndome vivo, de alimentar los lazos que pudieran comprometer mis energías cuando ya no las tenga. He saltado con los ojos abiertos a una vida oscura que conozco de sobra, donde me muevo con paso cansado, como quien sabe del camino que no lleva a ningún lugar y por ello no tiene prisa.
Quisiera creer que por una vez he dejado de lado el egoísmo consuetudinario en el que me he forjado y he sido capaz de algo noble, pero algo en mí no se lo termina de creer y me mira recriminatoriamente, aludiendo a razones menos loables. Este ser misterioso que me juzga, me hace soñar con claves complejas, estimando mi capacidad de especulación teórica con un optimismo que me halaga, pero al que, en el fondo, no me siento legítimo acreedor.
He soñado con seres de mi infancia, que guardaban cama debido a una misteriosa enfermedad; les veía con sus platos humeantes de una sopa extraña, de la que salían unos tallos que se mantenían erguidos gracias a su condición onírica.
_Es bambú, dije apelando a mis rudimentarios conocimientos de la botánica de los sueños; y en el silencio, aquellos seres lejanos me dieron a entender que mis palabras, y mis ínfulas de sabidillo, no tenían ningún valor si no eran capaces de curar.