10 septiembre, 2004

Kodama

La única vez que tuve un encuentro con un Kodama fué en un paseo por La Pedriza un gélido Invierno años atrás. Al principio se ocultó de mí, pero al notar que yo era realmente inofensivo, se acercó vencido por la innata curiosidad de estas criaturas. Fué una doble alegría, saber que su presencia era un halago que constataba la salud de aquellos bosques, repoblados con más urgencia que criterio, y también, la distinción que conmigo hacía el espíritu del bosque, me llenaba de un satisfecho orgullo; no sabía de nadie que hubiera visto uno en la sierra madrileña.
Fué bajo un melojo raquítico que se encontraron los dos mundos; me enseñó tantas cosas en un tiempo que me pareció muy corto, que no sé si me he olvidado de algunas, o utilizó un método pedagógico sui géneris de su especie que alcanzó conmigo altísimos niveles de éxito.
Hablamos de plantas y de nuestra nostalgia de las flores que se agazapaban bajo la tierra helada, de los misteriosos versos que acompañaban el canto del Manzanares niño al fluir entre las piedras. Me habló de aves desconocidas y yo le describí un Abejaruco, que él no había visto nunca; era encantador ver aquella carita semitransparente asombrada por mi encendido detallismo en la descripción del ave multicolor que prosperaba a orillas del Alberche. Pero lo que más me impresionó fue cuando me dijo: " si no tienes las fuerzas necesarias para cumplir tus deseos, debes tener la sabiduría suficiente para renunciar a tenerlos". Nunca hubiera creído que estos duendecillos de los bosques, tuvieran necesidad de preocuparse por estas cuestiones de corte sociológico, pero decidí no obstante apuntar su consejo.