08 agosto, 2004

Florecer efímero

No hay ningún poderío en mí, y todo mi depliegue vital consiste en encontrar los atajos por los que transitar por un mundo que no me gusta; no tengo la entidad suficiente para florecer en este hábitat, y me oculto en las sombras, donde también algunas veces vislumbré el Paraíso. Pero soy una fuente que mana cada tanto un elixir singular, que sabe a bellas palabras en la noche o a música de ensueño en días de alborozo existencial. Hay un punto de humanidad conmovedora en algunas particularidades mías y otras facetas patéticas o francamente irritantes. No puedo decir que escala de razón pretendo tener, y sin embargo doy pistas diciendo que en un extremo de la cuerda está Leonardo, y en el otro, yo, junto a un par de monos con pajarita. Mientras vivo sin motivo aparente, mentes infinitamente superiores a la mía diseñan este mundo de milagros tecnológicos y económicos, y al mismo tiempo una farisea estrategia de generosidad en segunda instancia hacia los pueblos a quienes condenamos con nuestros prodigios.
Soy uno de esos poetas de ocasión; nunca un profesional de la poesía, pues desconfío de los que pueden acometer la expresión a tiempo completo. Tímido e irresoluto, soy un inútil a cualquier efecto práctico, pero a veces… encadeno las palabras de tal forma, que hombres hechos y derechos, han sentido el aguijón de la sensibilidad desbaratar su miedo a las mariconadas; y mujeres soñadoras admitieran un "touchè" de ese a quien creían o querían ver. Luego se desilusionan claro, pero…¡ hay tantas mujeres que engañar suavemente !, que embriagar con palabras, como serpientes que hipnotizan aquello en nosotros que es pajarillo.
Admiración y afecto, eso buscan, como todos, los poetas fugaces, para florecer como cualquier otro lo haría de su propia savia, pero saben que es meta muy alta y sus fuerzas escasas, por eso se engalanan con palabras, para dar la sensación de que aún existen, y su cuerpo marchito es una realidad que puede ser obviada en aras de la lírica.
Algunos hombres magníficos, malabaristas geniales de la belleza poética como Felipe Benitez Reyes me han marcado metas tan lejanas que ya no puedo escribir poesías sin que se me suelten los perros del sentido del ridículo. Pero tengo que escribir, porque es mi lado fuerte, tengo los músculos con forma de adjetivos, tensos como sustantivos que cambian el sentido de una frase. Es mi forma de seducir, sin mostrar la cojera del espíritu.
No voy detrás de la gloria; como dijo el gran portugués: "...escribir es mi forma de estar solo", ni busco la inmortalidad, por una aversión física a lo permanente, me alineo con Woody Allen cuando sentenció: "La eternidad es muy larga, sobre todo al final".