18 julio, 2004

Las manos

Recuerdo que me miraba las manos, y las veía pequeñas, eran manos de niño. Herramienta magnífica que tanto servía para la confección de una cometa como para cazar luciérnagas.
Crecí en el suburbio, aspirando tan solo a los trabajos rudos y malpagos, que embrutecen y garantizan un mañana parecido, pero las manos no me crecieron. Llegué sin saber cómo a la Universidad, y recordé de donde venía, pero si no lo hubiera hecho, también me hubiera apuntado a la izquierda; las mozas eran más de mi gusto mientras más comunistas eran.
¡ Qué combativo era Dios mío! ¡ Qué fiereza en la mirada, y qué ardor en mi grito, cuando levantaba aquel puño pequeñito!. La muerte me anduvo rondando, y un día, en que me la encontré en unas escaleras mientras me escondía agitado de las fuerzas del orden (establecido), la miré de frente. Juro que no tuve miedo, quizas por primera vez. Me dijo que cerrara los ojos y me mostró la secuencia de mi muerte; me vi en una caja ,con el color gris verdoso de los difuntos, la nariz afilada y el gesto sereno. Mis manos eran grandes, desmesuradas para la tarea que tenía ante mí, alguien me había puesto un anillo con la cruz de Caravaca. Una corona de flores decía "Nunca te olvidaremos Carlos Miguel", abrí los ojos y le dije que yo no me llamaba así; se rió, y me dijo: " ¿Qué más quieres?; entonces hizo algo que no esperaba, me cogió ambas manos y se quedó mirándolas un momento, luego me besó en la frente. Cuando se fue, me saludó levantando la mano izquierda, era una mano como las mías,… bueno, como las mías antes de aquel día.