02 julio, 2004

Insomnio

Veo de lejos una ventana donde aún permanecen las luces encendidas; me pregunto quien está detrás, despierto a esta horas de la madrugada. Una rama de acacia se mece delante por momentos y veo cruzar una sombra tras los cortinados. Es un edificio grande, y sin embargo solo esta luz se muestra como un faro en la noche dormida. Mi ventana es también un punto de referencia en la negrura opuesta y quizás el misterioso habitante desvelado se pregunta acerca de mi circunstancia. En la soledad de mi cuarto dialogo con este compañero invisible de soledades, porque no me imagino que sea alguien acompañado quien habita esta hora.
No se me dá tampoco por atribuir a esta luz en la noche otro carácter que el de rebelión espiritual; nada más prosaico que un jubilado insomne o una madre abnegada que cuenta las gotas de un medicamento mal planeado, demasiado tiempo para esta simple tarea.
Robarle horas a la noche es un acto de afirmación, es un crédito a alto interés que se le pide a la vida cotidiana, porque la ciudad no tendrá piedad de mí poco antes del alba. La sucesión de motores ronroneantes, bocinazos indecentes y el odioso timbre de el edificio de enfrente que suena más fuera que en las casas a las que se llama harán imposible conciliar el sueño.
El faro ha cerrado, y me siento el último náufrago de la noche que continúa en pié, aferrado a su islote de silencio y ojos rojos. Ya no sé si la acacia sigue meciéndose ante la ventana oscura, quizás también se haya dormido, preparándose para acunar en la mañana a un ejército de gorriones inquietos. Me muevo por la casa con cuidado, como para no despertar al mundo que me regala este momento de sosiego. Releo viejos libros de poemas que se han quedado conmigo por decisión unánime (esa es la ventaja de vivir solo). Encuentro sentidos nuevos a las antiguas palabras con que poetas desconocidos han endulzado mis horas. En el silencio de la noche, los sentidos se abren como flores exóticas, y perfuman la conciencia de una sabiduría nueva que amplía el límite de las palabras a territorios de una percepción más profunda. Me doy cuenta entonces, que soy yo el que escribe intenciones renovadas sobre las palabras estáticas de sentimientos ajenos. Soy en esta noche un poeta ignoto, que construye sus versos sobre escombreras de sueños e insomnios de los poetas idos. Soy, en esta duermevela voluntaria de la razón cotidiana el insigne arquitecto de las veleidades que nunca podré compartir enteramente, soy yo mismo por unas horas, sin que me avergüence de ello.