29 junio, 2004

Reflexión

Cuando uno se hace mayor parece como si el espacio se redujera, los actos mecánicos fueran más imprecisos y la irritabilidad ante la impotencia de asistir al desastre ocupara el lugar de las satisfacciones.
La falta de flexibilidad en algunos casos y de concentración en otros hacen que cada tarea sea complicada o plagada de errores.
A esta altura del partido uno ha aprendido que no se puede seguir siendo un salvaje y se ve compelido a mantener contactos de tipo social carentes de cualquier interés.
Recuerdo haber leído que aquel que quiera tener éxito en su vida social debe ayudar a los demás a sostenerse la careta.
Aquella antigua sensación de esperar algo que habría de ocurrir ha dejado paso aun no esperar absolutamente nada desalentador y abúlico.
Una especie de cansancio vital se apodera del espacio antiguamente destinado a las expectativas de futuro, a los anhelos y los sueños.
Los actos de heroísmo de los otros comienzan a ser analizados desde una óptica muy distinta, los propios, ya no existen.
Si por alguna extraña razón buscamos impresionar a alguien, no será con ampulosos despliegues de fortaleza o entusiasmo, sino con actitudes cínicas de corte refinado, puesto que hace tiempo
nuestra escala de valores ha cambiado y lo audaz y espectacular nos acerca más al ridículo que otra cosa.
Algo sin embargo,permanece inalterado en nosotros es un espacio diferente que no puede utilizarse para nada práctico y que al parecer esta destinado a los goces de tipo espiritual; en él podemos valorar aún una buena poesía, una frase ingeniosa o inteligente. Infelizmente esta parcela es muy difícil de compartir pues las valoraciones son extremadamente subjetivas.