27 agosto, 2004

Pequeñas cosas

A veces, cuando voy de viaje, centro mi mirada en un arbusto cualquiera, casi siempre es de los más modestos; y le digo con la mente que he reparado en él, que le he visto y le he considerado hermoso. Esta especie de piedad metafísica me viene quizás de los millones de años de soledad que llevo a la espalda, esperando que un viento raudo que pasa me sonría, que entre los resquicios de un mundo que me es extraño, asome la lagartija que no me tema, o que una truchita buena de un cauce de montaña se deje acariciar. Soy un simple, pero de esos complejos, por eso puedo convertirme en lo que quiera; he sido cristiano/aperitivo de leones hediondos, tecla "¡" de máquina de escribir Remington, patada en el culo y mariposa. Cada día puedo ser algo distinto, por eso, no te asombres cuando un hecho extraño se interponga en tu camino, porque yo te acompaño donde quiera que vayas, y esa margarita del borde del sendero que dijo tu nombre, era yo, y en ese aire fresco de la mañana que te empujó a una corta caminata solitaria, estaba mi susurro. No me viste, pero en el camino de vuelta, cuando crecían las sombras, fuí la luz de una taberna a lo lejos, e hice que un hombre solitario, medio borracho en la barra pensara tu nombre y se le endulzara el alma.