15 octubre, 2004

Ciclo (Aprendices)

Adiós al sobacuno, desgracias que se pasean por el cotidiano, sobre la incapacidad de escribir o una reflexión sobre el bloqueo que me asiste con el cambio de temperatura y circunstancias.
Todos estos temas pasan por mi cabeza sin que pueda profundizar en ninguno; narcotizado por una mezcla de miedo al futuro e incapacidad para la reacción. Así las cosas, rebusco en textos del pasado y encuentro "Aprendices", lo que confirma mi teoría del "Ánimo cíclico". Como estaciones del alma que se suceden. Ahí fuera basta con que disminuyan las horas de luz y las marcas en el mercurio; aquí dentro, en este compartimiento estanco en que he convertido a mi vida, un descenso en la actividad (ligado a sus consecuencias) obran el mismo prodigio de Otoño espiritual.

La presencia de un malestar continuo me atenaza la voluntad; y la idea de que, haga lo que haga, mi vida irá hacia el mismo oscuro lugar al que me siento destinado, me inhibe para la mínima acción. Sé que un poco de ejercicio y actividad útil puede poner obstáculos a esta poderosa marea que me inunda, pero no consigo reunir la energía para dar el primer paso.
Fuera el sol brilla con una intensidad insultante para mi tiniebla interior; la brisa fresca aviva el mundo de los otros pero nada puede conmigo. Insensible a todo lo hipotéticamente positivo, deambulo por la vida esperando el influjo de una fuerza exterior que me abra las pesadas puertas del entusiasmo. Sé que pertenezco a esa casta de desvalidos incapaces de imponer al mundo la más modesta de sus aspiraciones; todo es esperar a que el entorno, acepte como propia iniciativa alguno de nuestros deseos para verlos, por fin, hechos realidad. Los hombres de acción, sueñan con ver sus gestas realizadas, nosotros, los aprendices eternos, soñamos con la esperanza de contagiar nuestras metas a los que puedan llevarlas a cabo. Así, prisioneros del infortunio, somos los muñecos de un hosco titiritero, que nos mueve por el mundo con su enfermiza desidia.