11 noviembre, 2004

Cicatrices

No se sale indemne de los sueños. Estas extravagantes ficciones involuntarias tienen el poder de lastrar la realidad de la vigilia con invenciones premonitorias o gratuitas; también de otorgar treguas a lo inevitable o de dulcificar la pesadumbre, postergando hasta el resurgir confuso y caliente del despertar, la desilusión de haber asistido, meramente, a la puesta en escena de nuestros deseos huérfanos de otras posibilidades.
Hay amores tan profundos en lo onírico, que desvirtúan el valor de los terrenales, o al menos, ponen muros insalvables en las fronteras de la realidad y nuestros anhelos.
Mientras despertamos, vamos despojándonos de los vestigios arrastrados de ese otro mundo, en el que a veces acontecen prodigios pasajeros; e intentamos aferrarnos vanamente a los restos del naufragio, a volver al lado oscuro para recuperar parte de sus tesoros idos para siempre. Intentamos dormir nuevamente, sintonizando, con un dial cándido e imaginario nuestro último paseo por fantasías amables. Nunca lo he conseguido, y he girado impaciente en mi cama apelando a la posibilidad remota de que una misma postura, invoque al milagro de la repetición. Abandono el intento con cicatrices invisibles, que escuecen desechando la dulce esperanza de retener la única magia accesible a todos; y me entrego al destino, al dentífrico y al consuelo, de que mi sed, habrá de concederme una nueva oportunidad para esta noche.