11 diciembre, 2004

Raquel

Recuerdo la boca de Raquel, aquel verano lejano de piscina prestada. Recuerdo como miraba extasiado sus labios sensuales mientras ella, echada boca abajo, se tapaba los ojos con los brazos. Solo aquella boca existía; no recuerdo sus comentarios, apenas esa media sonrisa que me volvía loco. He estado enamorado de algunas mujeres en secreto, pero de Raquel nunca podré olvidarme; acontecimiento importante de mi vida que no ocurrió: profundos deseos no cumplidos. Yacía a su lado en un trance de felicidad impaciente, preocupado por saber que aquel momento de proximidad terminaría sin ser yo capaz de llegar ni a su corazón ni a sus deseos.
Siempre creí que yo sería otro si al menos parte de mis frustraciones no hubieran tenido lugar, si esas derrotas desconocidas por todos, menos por mí, no hubieran puesto de algún modo límite a mis aspiraciones.
Pero no puedo, querida Raquel, dejar sin halagar tu memoria de diosa barrial de la belleza, de icono particular de los sueños que me han acompañado desde entonces.
No puedo dejar de mencionar estas emociones que nunca te confesé para que tu ego, si aún existiera, sienta esta admiración tardía como agradecimiento a tantos sueños que a tu sombra crecieron.