12 enero, 2005

La casa


Guardo en mi casa los trofeos del pasado, no son piezas de metal cromado que conmemoran alguna hazaña deportiva o el guapismo perril de la mascota de uno. Son las reliquias del devenir histórico personal. Atesoro en este mausoleo modesto el halo perenne de aquella sonrisa de mujer, que me enamoró con una pasión fugaz.. que deseé eterna. También por supuesto quedan rastros de la euforia decorativa que tienen algunas mujeres en un territorio virgen de mariconadas inútiles, como suelen ser los habitáculos de solteros escurridizos. Pero poco a poco todo vuelve a su cauce.
Mi casa ha sido el escenario de episodios grandiosos y miserables de la condición humana; afortunadamente a una escala tan pequeña que solo algún que otro enfrentamiento entre culturas tuvo lugar; hubo perfidias, y actos tan bellos que han dejado aromas y sonidos que muy probablemente nadie más que yo pueda percibir. Eso es tener una casa, aunque en realidad no sea de uno; muros y volúmenes impregnados por nuestra felicidad e infortunio, espacios habitados por emociones antiguas y alambicadas remembranzas modernas.
Este es el único lugar sobre la faz de la tierra en que sabemos dónde está la sal, el taladro o las bombillas de repuesto, por eso nos sentimos tan a gusto.
Un hombre que envejece solo en una casa se va convirtiendo en un perro, al que lo peor que puede pasarle es que la vida no sea predecible. Elabora racionalmente rutinas de carácter práctico, si bien no puede sustraerse a algunas otras, de ámbito más bien simbólico, al que ubicaremos en el apartado general de : manías.
Para muchos nuestra casa es nuestro reino; hoy mismo vi salir una mujer de su portal, y persignarse complicadamente en tres ciclos que me parecieron idénticos, olía a superstición y a conciencia de entrar en campo enemigo.