04 enero, 2005

El idiota

Me duele esta sensación de ser insignificante, de no resistir la menor comparación con hombres y mujeres más dotados. El tiempo ha pasado sin que encuentre el sitio en el que poder sentirme conforme, es decir, conformarme con lo que soy. Tengo, para colmo, una buena disposición para entender la necesidad de progreso que no puedo apuntalar con la voluntad o el atrevimiento de acometer nuevas empresas. Me siento como un tarado lúcido, como un idiota que intuye en la aspiración a la inteligencia el secreto de la elevación. Imbuído de una fatiga espiritual persistente, hago malabares con ideas que pesarían mucho, de ser consideradas con una mayor seriedad. Aspiro a la admiración de aquellos que han probado ser superiores a mí, como bálsamo a las llagas del avergonzado juicio de valores al que me someto a diario. Soy un self made man, no cabe duda, pero que se ha hecho tan mal, que se ve obligado a la argucia para obtener el crédito de los engañados. Pero mis víctimas no se quejan; asesino suave de la verdad, soy un dios bienhechor para los confundidos, un rey mago de los niños que no han muerto al hacerse adultos. Regalo los sueños imperfectos que genero a aquellos que los necesitan, a los que se han privado de soñar para ser mejores, hombres y mujeres de provecho, serios y responsables, que han olvidado el aroma dulzón de las quimeras.