28 diciembre, 2004

Nocturno

Entro sigiloso en la noche, cuando has abandonado tu cuerpo sobre la cama y te has marchado al otro lado del espejo. Cuando sales a recorrer los luminosos campos de un mundo que no existe y es, sin embargo, el mejor lugar donde vivir a veces. Allí todo es posible; podemos volar sin mecanismos competentes, caer desde una torre sin consecuencias, amar y ser amados eternamente o pintar de azul el Amazonas sin que nos demonice Greenpeace. Me siento a la vera de tus sueños sabiendo que no regresarás hasta la mañana, cuando abran las panaderías; y si a veces, en tu revelador dormir veraniego, te recorro con un punto de deseo en la mirada, es por lo general, con una ternura exenta de interfencias hormonales con la que arropo tu piel indefensa ante las sombras. Acaricio tus cabellos, y me gusta pasar el dorso de la mano por tu cuello; de vez en cuando, en noches de audacia inusitada, te beso tiernamente en la mejilla, y me retiro a verte sonreir, sabiendo que he plantado un beso que crecerá en tu letargo como una muralla dulce contra las pesadillas. Te hablo en un susurro, te digo todas las cosas que nunca te diría en la vigilia; y sé que son la avanzadilla de mis huellas en tu corazón, un rastro de palabras sobre el mapa de tu piel en el ensueño, para que te guíen, si quisieras encontrarme.
Aunque es muy temprano, te deseo que descanses, para ver si consigo acercarte la noche a los sentidos; y viajar por tu cuerpo dormido hacia mis anhelos más profundos. Buenas noches.