27 diciembre, 2004

Intriga en el monasterio

Uno no deja de hacerse preguntas, esté donde esté; a esta conclusión he llegado tras vivir más de 20 años en el monasterio. Recuerdo cuando buscaba a Dios porque me parecía insano convivir con la realidad a la que me había confinado al vivir en la sociedad. Pasé a residir en otra comunidad más pequeña, y solo descubrí lo que ya sabía de mi mundo, que el Infierno está siempre en los demás. Hice como muchos santos, hablé con pájaros, perros y plantas, pero nada me dijeron que no supiera. Cuando acepté que yo era lo que había, me planteé otra pregunta: ¿gas o cicuta?, y no pude decidirme. Voy a un mundo nuevo por un sendero luminoso con nombre de mujer, a mis ochenta años. Creo recordar que viví esta sensación hace mucho tiempo, y sé que hubo algo desazonador en la experiencia, pero valen más esas docenas de días de felicidad que toda la paz de Dios y el mundo. Es una experiencia excitante huir de la espiritualidad ante la inminencia de la última oportunidad para sentir la carne, no sé si los hermanos estarán preocupados por mi desaparición o por las cosas que pudiera revelar un viejo cocinero. Ahora que lo pienso:¿ No lo habrán planeado ellos?.