13 enero, 2005

Desilusión

No sé bien si sabré exponer claramente la desilusión que me ha producido la aparición de Ramona Maneiro en los populosos circuitos de la miseria ética. Hube admirado a esta mujer hace años, cuando fue una pieza clave para que Ramón Sampedro se enfrentase a la insolencia de magistrados y obispos, que le negaban la libertad de decidir sobre lo que sólo a él atañía. Fue la valentía de esta mujer, la que permitió a aquel gallego admirable, acabar con el diálogo de sordos en que se había convertido la discusión pública de la eutanasia. Creo que todos teníamos claro cual era el papel de cada uno y los riesgos asumidos, y aquella discreción honrosa mereció mi admiración y respeto.
Es una pena que ahora, prescrito el delito, quede desvirtuado lo que me pareció en su día un acto de amor y justicia. Estas apariciones a cambio de unas monedas, no están avaladas por ninguna causa justa, ni contribuyen en medida alguna a sustentar los argumentos categóricos de Ramón Sampedro. Es al parecer muy difícil saber ser bueno hasta el final, y que a veces, quedarse calladito, hace que uno sea más guapo.